sábado, 13 de marzo de 2010

. With or without you .

Sábado a la noche. La gente se prepara para salir, para divertirse, para bailar, ir a tomar algo, pasarla bien. La gente se prepara para vivir.
¿Soy yo una de esas personas? ¿Me estoy perfumando, maquillando, vistiendo para ir por ahí y darle vueltas a la noche hasta que asome el sol del domingo? ¿Estoy mandándoles mensajes de texto a todos mis amigos para hacer planes, encontrarnos, hacer algo?
No. Estoy en pijama y pantuflas, escuchando la edición deluxe de Hopes and Fears, tratando de no cortarme las venas al ritmo de Sunshine, pensando en éste y todos mis sábados.
Últimamente me cuesta ver las cosas desde una perspectiva clara y objetiva. Todo me parece un bajón. Puras pálidas. Pura mala suerte. Me acuerdo de que los pasados fines de semana de los últimos tres meses, bien o mal, siempre tuve algo que hacer. Si no me hacía tiempo para ver a mis amigos, tenía algo planeado con mi novio o tenía que trabajar. Hoy, no tengo nada de eso.
Mis únicos planes para hoy comprenden seguir escuchando música, vagar por Internet un rato (la búsqueda laboral es primordial), hojear un buen libro y, si me agarra hambre, cenar una de esas sopas japonesas medio artificiales, las que vienen los fideos todos deshidratados y el caldo en un paquetito de aluminio. ¿A que todos me envidian? ¿Eh?
No es que me muera de ganas de salir por ahí y bailar hasta que no soporte más los zapatos de turno. Nada que ver. Nunca fui esa clase de persona. Es sólo que, después de un par de meses de acostumbrarme a otra cosa, de pronto me encuentro sola. Bueno… técnicamente sola. Mis viejos están en el living, mirando una película de Kevin Costner. Pero creo que así y todo se entiende mi punto, ¿o no?
Sí, seré estúpida, no sé. Pero me siento sola. Siempre me siento sola. Quizás por eso (o culpa, o curiosidad, o sadomasoquismo) ayer le mandé un mensaje a Adrián, para saber cómo estaba.
Me contestó que mal, pero que le alegraba saber de mí, que le escribiera cada vez que quisiera hacerlo, que me extrañaba. Le conté la mala suerte que estuve teniendo estos días y me dijo que me tome un tiempo para pensar las cosas con claridad, en vez de dejarme llevar por las crisis de nervios y depresión. Suena fácil decirlo. Hacerlo es otra cosa.
Supongo que me puse paranoica o algo de eso, pero no dejo de pensar en arreglar las cosas con él. No paro de imaginarme pasando otro cumpleaños el lunes rodeada de números pares, y yo siempre un siete, sola, solísima. Pienso que es mejor tener a alguien que me quiere al lado que dormirme mirando los ojos inanimados en papel de Rice-Oxley.
Pero después miro películas, leo libros, descubro el amor a través de los ojos de los demás, lo revivo como lo descubrí yo aquella vez bajo la lluvia, y me doy cuenta de que por mucho que me quiera esforzar, por mucho que lo quiera recuperar, por muy equivocada que quiera estar, las sensaciones que me causa (causó) Adrián no se le parecen mucho. Lo extraño, sí. ¿Pero lo extraño de la misma manera que podría extrañar a un amigo? No me duermo llorando, pensando en él, lamentándome. Si bien mi estado de ánimo no es fantástico, es comprensible. Con todas las metidas de pata y todos los desengaños amorosos, ¿de qué otra manera puedo estar?
Todas estas cavilaciones de sábado a la noche y soltería son terribles, pero son casi una tradición. Tuve veinte años de sábados solitarios, de libros repetidos, de películas deprimentes. De irme a dormir temprano. Estoy acostumbrada a que la bebida más fuerte y perjudicial para la salud que puedo llegar a ingerir sea una Coca-Cola Light.
Me pregunto cuánto tardaré en encontrar la solución esta vez. Me pregunto si el sábado que viene mi perspectiva habrá cambiado. Me pregunto si estaré con alguien, quien sea, un poco menos sola, o si me desparramaré en el sillón con mis pantuflas y mi perro a mirar series.
Todo depende en qué tan fuerte sea, como para enfrentar la verdad y buscarlo. Porque es eso, ¿no? Lo que necesito es un poco de fuerza para llamar a Adrián y solucionar todo.
¿O eso sería más bien debilidad?