martes, 13 de abril de 2010

. Hopes & Fears .


Y sí, al igual que Claire, yo también me quedé sola. Pero a diferencia del personaje de Marian Keyes, fue una elección propia.
Si realmente hay alguien del otro lado leyendo (cosa que empiezo a dudar) deben pensar que estoy completamente loca. No hace ni dos semanas escribía sobre lo bien y feliz que me sentía. Sobre lo reales que me parecían las películas románticas. Sobre lo maravilloso de mi novio, y lo mucho que habían cambiado las cosas...
Bueno, precisamente. Cambiaron. Es decir, yo la estaba pasando bárbaro. Tenía esperanzas puestas en todo lo que hacíamos, en que iba a salir más que bien. Adrián era todo lo que podía soñar: alguien que me quiere y me pone al tope de su lista de prioridades y que dedica cada minuto a mi lado para que sea feliz y que me mira como si fuera lo más hermoso del mundo y me trata con delicadeza y...
Y nada. Porque así y todo, aunque toda yo lo aceptaba, mi corazón seguía rechazándolo con brusquedad, por mucho que yo quería ignorarlo. Por mucho que me hacía la boluda y no lo quería escuchar. Por mucho miedo que tuviera a quedarme sola de nuevo... no me quedó más remedio que aceptar que, cada vez que me besaba, en vez de sentir la emoción que provoca algo tan único y fantástico como un beso, sentía la misma emoción que siento cuando hago la cola en el supermercado.
Un bajón, lisa y llanamente, y no puedo explciar con fidelidad lo enojada que estuve conmigo misma. Pero por muy furiosa que me pusiera, sabía que no tenía más escapatoria que terminar con la relación. ¿Qué sentido tiene darle a él la ilusión de que todo está yendo como esperábamos cuando en realidad todo está tal y como estaba antes de volver a intentarlo?
Y ahí llegaron los miedos. Porque romperle el corazón a alguien por segunda vez (en tres semanas, ¡debe ser un record!) no es nada divertido. No dejé de pensar ni un minuto en cómo iban a ser las cosas, qué decir para consolarlo, cómo no arruinarle su cumpleaños que estaba bien en el medio, cómo evitar que se diera cuenta que algo no estaba bien hasta que fuera el momento adecuado de decírselo... ¡uff, tanta presión!
Y tanto miedo también por mí. ¿Y qué si estoy dejando ir a la única persona en el mundo que está dispuesto a armar su vida conmigo? Por ahí el que yo no lo ame es un detalle insignificante. La soledad eterna parece un problema mucho mayor...
Pero no. Una vez, hace no mucho tiempo, yo misma me propuse la soledad como destino y, a pesar de no ser lo más maravilloso que se me había ocurrido, lo acepté de buena manera y supe armarme cierta felicidad a partir de eso. Así que, si ése tuviese que ser mi futuro, sé que lo puedo manejar. Y si no lo fuera, entonces voy a saber que hice lo correcto. O no. Quién sabe.
Esa teoría de que hay una persona ideal para cada uno me alivia y me aterra al mismo tiempo. Alivia porque sabés que tarde o temprano debería aparecer y que, sin lugar a dudas, el amor va a ser mutuo, porque, carajo, ¡para eso es la persona ideal! Aterra porque, incluso siendo así, es muy posible que cuando te pase por al lado estés demasiado ciega para reconocerlo y lo dejes ir. Y no sé si esa teoría garantiza realmente que vayan a reencontrarse antes del final.

Sí, sé que debería relajarme y pensar menos. No es la primera vez que me lo dicen. Pero no puedo evitarlo, así soy yo. De todos modos, aunque no lo parezca, estoy bien. Nunca es lindo que una relación no funcione, sin importar cómo haya sido, pero tengo la tranquilidad de que hice lo que tenía que hacer.
A ver si de una vez dejo de enredarme tanto en mis propias reflexiones y respiro un poco más. No me vendría nada mal...

Sigo leyendo, a ver si a Claire le va un poco mejor...

Espero.

L.