viernes, 20 de agosto de 2010

. Closer Now .

Y sí, un paso un poquito más cerca.
Ésta mañana me levanté antes de las ocho sabiendo que iba a tener un día ajetreado y cansador. Tenía una entrevista pautada a las once de la mañana en Microcentro y otra a las cuatro de la tarde en Congreso. Tengo que admitir que la diferencia de hora entre ambas me preocupaba bastante, porque Capital es muy lindo y hay de todo para hacer… pero sola y sin mucha plata no es tan divertido. Salí de casa con un libro en el bolso, con la intención de liquidar ese tiempo y poder, a su vez, seguir adelante con mi pequeño proyecto.
Estaba bastante malhumorada. Me había levantado definitivamente con el pie izquierdo y, también, el oído izquierdo completamente inutilizable. Por alguna razón, estaba sorda, no escuchaba absolutamente nada. Increíblemente fastidioso. A su vez, mi pelo (que me corté la semana pasada) estaba inmanejable como el que más. Así que no se puede decir que salí precisamente predispuesta a lo que estaba por venir.
Llegué al edificio de Avenida Corrientes poco antes de las once y me senté a esperar en el hall de las oficinas del segundo piso, donde una recepcionista atendía llamadas y timbres sin parar. Creo que si le hubieran regalado un par más de brazos, habría llorado de alivio. Después de un rato, me llamaron a un pequeño box y me senté sintiéndome mucho más tranquila que en todas mis entrevistas previas. Quizás es la fuerza de la costumbre. O la resignación a estas situaciones a las que ya me expuse varias veces, mayormente sin éxito.
El puesto en cuestión era para el aeropuerto, que ya se sabe que es como un lugar soñado para trabajar, a mí criterio. Un horario breve, un sueldo pequeño pero acorde y cinco meses por delante para dejar de estar en casa, aplastándome frente a la televisión viendo Friends.
Fue una entrevista corta, cosa que nunca me pareció un buen augurio. Caminé un par de cuadras por el clima casi primaveral que azotaba Buenos Aires, entrando en algunas librerías, dispuesta a hacer el tiempo que tenía que hacer hasta las cuatro. Y ahí fue donde mis planes cambiaron.
Estaba yo parada frente a una mesa de liquidaciones, sosteniendo una edición preciosa de La Tempestad de William Shakespeare, cuando escucho a Tom gritando las letras iniciales de Everybody’s Changing desde el bolsillo de mi abrigo. Para cuando realmente noté que estaba sonando, era demasiado tarde y se cortó. Así que revisé quién llamaba y no conocí el número. En la pantalla, justo detrás de esa foto tan linda de Tim, Tom y Rich en el festival de Glastonbury, aparece el pequeño simbolito que indica un mensaje de voz. De modo que llamé a mi contestador automático.
Era la chica que acababa de entrevistarme, pidiéndome que la llamara cuanto antes. Pensando que quizás me había olvidado de dejarle algún papel o algún dato, la llamé enseguida. Y entonces es cuando me dice que acababa de contactar a la empresa interesada en la cuestión de contratar a alguien (porque la entrevista me la hicieron en una consultora de recursos humanos) y que éstos querían saber si era posible que fuera en ese mismísimo momento hasta Palermo para otra entrevista.
Tratando de pensar rápido, haciendo cuentas de tiempo y buscando algo con qué tomar nota en las profundidades de mi bolso, le dije que sí. Pedí un papel al chico del mostrador y anoté la dirección de la otra oficina, en cuya dirección me mandé prácticamente corriendo en cuanto corté el teléfono.
Me tomé de nuevo el fiel 59, que siempre me lleva al destino que necesite, y cosa de media hora después entraba a un segundo edificio. La mujer que me entrevistaría en éste caso, rondaba los treinta y tantos, cuarenta, y tenía puesta una remera rosa con una imagen de Cenicienta. Me asombró su forma de evitar los condicionales a la hora de hablar, como por ejemplo: “lo que vas a estar haciendo” en lugar de “lo que estarías haciendo si empezaras a trabajar con nosotros”. Durante un buen rato me empezó a explicar algunos detalles del trabajo y, cuando me trajo algunos uniformes para que fuera viendo los talles, empecé a preguntarme si aquello sería algún tipo de señal.
Al rato llamó por teléfono a la chica de la consultora, que me pidió que volviera a Avenida Corrientes para firmar el contrato.
Todo pasó inusualmente rápido. Poco antes de las dos, estaba de nuevo en el primer edificio, con el bolso lleno de papeles explicativos, folletos, camisas con el logo de la empresa, el libro que jamás me puse a leer y boletos varios de colectivo. Al rato firmé el contrato y salí de nuevo a la vereda bañada en sol, todavía un poco aturdida por lo que había pasado, tan de golpe.
Me subí a la combi para volver a casa (la entrevista de Congreso, después de algunos momentos de meditación, la dejé de lado, porque un trabajo en el aeropuerto es un trabajo en el aeropuerto y dudo mucho que cualquier trabajo de Capital pueda igualarlo) con un dolor de cabeza terrible, famélica por la falta de desayuno y de almuerzo y los pies doloridos por haber corrido por media ciudad de Buenos Aires sobre los tacos, sin parar ni un segundo para sorber descuidadamente un latte. Pero tan satisfecha. Tan aliviada.
Mañana es mi primer día. Entro a las tres de la tarde (una hora más de lo que va a ser habitual, para poder aprender algunos gajes varios del oficio) y salgo a las nueve. Nunca me gustó anticiparme, pero tengo un buen presentimiento con esto.
Otro trabajo que sólo va a durar unos meses.
It’s the pattern of my life, diría Tom. You might stumble and come closer now, le contestaría yo.

¡A cruzar los dedos por el primer día!

L.-