viernes, 30 de julio de 2010

. Marcha contra la matanza de perros en Neuquén .

En la provincia de Neuquén se aprobó una ley que autoriza la matanza de perros callejeros, alegan que hay “superpoblación canina” y que los perros abandonados transmiten enfermedades. Hay muchísimas opciones para detener el flujo de perros abandonados en la calle, ya sea fundando refugios municipales, castrándolos y sobre todo, adoptando.
En el transcurso de ésta última semana doscientos veinte perros fueron asesinados gracias a esta ley. Para pedir que este horror pare y buscar nuevas soluciones, se va a realizar una marcha nacional éste domingo a las 15.30 en distintos puntos del país. Éste es el link de Facebook del evento para que todos puedan buscar la marcha más cercana a su localidad.
Yo voy a estar en el Obelisco y si alguien se me quiere unir, serán bienvenidos y seré feliz. Por favor, si no pueden asistir, sólo les pido que le pasen ésta información a todos los que conozcan. Cuántos más seamos, mejor.


¡Gracias!

“La pregunta no es si pueden razonar, tampoco si pueden hablar, si no, ¿pueden sufrir?” – Jeremy Bentham.


lunes, 19 de julio de 2010

. Día lluvioso, a.k.a. ¡buena suerte! .

Hoy tuve que ir a IBM. ¡Chan, chan, chaaaaaan!
Sí, señores, tuve que regresar muy a mi pesar a ese edificio donde tenía mucho miedo de quedarme encerrada y que no me dejaran salir y me obligaran a atender el teléfono.
La cuestión es que el viernes pasado me llamaron para decirme que, de una vez por todas, me iban a pagar lo que me debían. Salté de alegría cuando corté el teléfono y después de que se me pasara la euforia de “¡voy a poder pagar alguna deuda!” me di cuenta de que podía llegar a darse la posibilidad de toparme con Adrián, a.k.a El Indeseable, y empecé a rogarle a las fuerzas cósmicas que ya haya renunciado y no tener que cruzármelo en lo que sería un encuentro terriblemente incómodo y muy, muy, muy poco feliz (para no decir NO FELIZ).
Así que ésta mañana me levanté, después de un sueño en que me decían que mi liquidación contaba de treinta y nueve pesos con noventa y yo empezaba a cagar a puteadas al tipo de recursos humanos, me tomé el café sin el que no puedo vivir en estos días y partí cruzando los dedos a favor de dos pequeñas ilusiones: a) que la liquidación alcanzara al menos trescientos pesos y, b) pasar inadvertida ante los ojos de cualquier empleado conocido de IBM, en especial Adrián, a.k.a. El Pesado.
Tras un lluvioso recorrido por la ciudad, llego a la empresa. Subo al primer piso, tratando de no llamar mucho la atención ni de mirar a alguien que pudiera reconocerme y colgarse a hablarme (o, en otras palabras, joderme) y le digo a la recepcionista que había ido a cobrar. Como la entrada estaba llena a morir de almas a ser próximamente consumidas por el infierno de la compañía, a.k.a. Empleados Nuevos Esperando a Empezar el Training, me pidieron que esperara en el break room. De más está decir que creí que nunca, nunca, nunca, never iba a volver a tener que sentarme en esas mesitas, de ese lugar en particular, que no iba a volver a ver trainers conocidos yendo y viniendo y, todavía PEOR, ver al tarado de Mark, a.k.a. El Accent Trainer, pavoneándose como si fuera de California, cuando es más de Berazategui que otra cosa.
Habré estado ahí unos diez minutos (que se me hicieron diez horas) y después, cuando se desocupó la recepción, me mudé ahí donde no me parecía tan terrible, aunque miraba con cierto pavor la puerta cada vez que se abría. Después de otros diez o quince minutos, viene el gerente de recursos humanos, a.k.a. El Boludo Que No Quería Pagarme, con una pilita de papeles y me hace pasar a uno de los salones desocupados. Pone sobre la mesa los papeles y me indica que me siente; y mientras lo hacía le echo un vistazo al Señor Cheque, ése que estuve esperando con tantas ansias. Segurísima de que miré mal, o de que ése cheque no podía ser mío, o de que mi humilde cheque de treinta y nueve con noventa estaba más abajo, lo miro a él, esperando que me explique.
Y me da ese Señor Cheque, a la suma de mil novecientos un pesos con cuarenta centavos.
Estuve así, así de cerquita de subirme arriba de la mesa y ponerme a bailar la Macarena, principalmente por el hecho de que ésa es casi la suma a la que ascendían mis deudas.
Después del papeleo (firmé todo con la mano temblorosa, lo único que quería era cazar el cheque y salir corriendo a cambiarlo) y algunas formalidades varias, salgo a la calle, agarrando la cartera como si adentro llevara lo más preciado del mundo, a.k.a. Una Entrada a Un Recital de Keane, llamando a mi vieja a toda velocidad que el BlackBerry me permitía, con unas ganas de llorar tremendas porque de repente sentía como si hubiera perdido quince kilos de preocupaciones.
Corrí las seis cuadras hasta el Standard Bank de 9 de Julio como si me hubiesen dicho que estaba Tim Rice-Oxley usando el cajero. Estaba casi sin aire, mirando el numerito que tenía en la mano (B23), intercalado con la pantalla que anunciaba la caja. Vi cómo la chica del otro lado del vidrio me contaba uno por uno los billetes. Me puse impaciente porque quería meterlos en mi billetera. Aproveché para dejar ir en un sobre de un cajero novecientos pesos en concepto de tarjeta de crédito. Salí de ahí, caminando feliz bajo la lluvia y crucé hasta Sarmiento para tomar la combi de vuelta.
Cuando llegué a casa, mamá me esperaba con una pizza casera y panqueques de postre. Dormí una siesta tardía. Dormí libre de preocupaciones, como no había dormido en los últimos dos meses o más.
Me desperté feliz a jugar con Alaska.

Llevo años diciéndolo, pero cada vez lo creo más y más fervientemente. Los días de lluvia tengo muy buena suerte.
Quizás por eso empiece a necesitar que llueva más seguido. Y no pienso usar paraguas.

L.-

viernes, 16 de julio de 2010

. Looking for Alaska .

El título no quiere decir que me vaya a poner a hablar sobre el libro de John Green (salvo para una muy breve explicación, pero realmente va a ser breve). Éste posteo se trata de algo muy diferente.

En el día de ayer, una de las mañanas más frías de lo que va de este invierno, mi mamá llega de hacer las compras y me dice que en la puerta del almacén habían abandonado tres perritos. Uno había desaparecido, otro lo había agarrado una señora de un negocio y la última estaba sentada en el sol, temblando, mirando para todos lados, muertísima de frío. Mamá me mira con pena. Sin dudarlo un segundo, le digo: ¿La vas a buscar vos o la voy a buscar yo?
Y un ratito después, llegó Alaska. Bautizada así mitad por el libro de John Green, mitad por haber aparecido en un clima más que helado, con los ojitos al principio tristes y ahora mucho mas felices, se instaló sin oposición alguna en una cajita en nuestro garage. Con mamá notamos que le escaseaba bastante pelo en distintas partes de su cuerpito falto de alimento, y con el temor de que pudiera ser una sarna en sus etapas tempranas, ésta mañana la llevamos a la veterinaria, con la intención de ayudarla a ella y de prevenir, a su vez, que nuestros otros cuatro perros se pesquen alguna enfermedad gratuitamente.
Pero Alaska está perfecta. La falta de pelo se debe, como era de esperarse, al abandono, a la necesidad de poner comida en su pancita. Con una vacuna, bastante amor y algunos platos repletos de balanceado y leche, va a estar como nueva en unos pocos días. Y entonces Alaska va a necesitar una casita nueva.
Lamentablemente y por mucho que me pese, no estamos en condiciones de tener cinco perros más una gata, por lo que Alaska está en adopción RESPONSABLE. Quién tenga un corazón lo suficientemente grande para brindarle todo el cariño que necesita (y merece), me lo hace saber en los comentarios así nos ponemos en contacto. Si no es posible que alguno de ustedes (si es que queda alguien por ahí) la adopte, pido por favor que me ayuden a difundir. Acá la tienen siendo absolutamente adorable:


Todos los días cuando salgo a la calle veo más y más perros abandonados. Todos los días en internet, en la televisión, escucho sobre nuevos casos de maltrato animal. Se me estruja el corazón de dolor por no poder apaciguar el sufrimiento de esos pobres bichitos que no tienen la culpa de que los seres humanos sean unos verdaderos (y el calificativo es adecuado así que no voy a pedir disculpas) hijos de puta. ¿Quién puede abandonar tres cachorros a su suerte con éste frío, en un barrio donde los perros son simples cosas que la gente tiene en sus casas y no les dedica cuidado? ¿Quién puede apalear a un gatito bebé hasta que no queda más que un pobre estropajo peludo bajo la lluvia? ¿Quién puede sobrecargar a un caballo con más y más peso, hasta que el pobre animal no pueda más ni con su alma y encima tenga que soportar que le peguen para que vaya más rápido?
Todos los días veo estas cosas y me muero de rabia e indignación. Y protesto, miro mal a los responsables y espero que se den cuenta de sus errores. ¿Pero cómo les van a importar sus mascotas cuando ni siquiera tratan bien a sus propios hijos?

Me siento impotente por no ayudar como quisiera. Y aunque mi viejo se queje, se ponga de mal humor y bufe cada vez que con mamá traemos un animalito, no me interesa. Yo los voy a seguir trayendo, los voy a seguir curando y les voy a seguir buscando un lugar donde los quieran si yo no me los puedo quedar. Porque cuanto más conozco a las personas, más quiero a los animales. Porque como ellos no tienen voces, alguien tiene que hablar en su lugar.
Un animal no es un juguete, un accesorio, un adorno para el jardín de la casa. No es una herramienta de trabajo ni un guardia de seguridad. Si vamos al caso, tampoco son comida, abrigos y zapatos. Son seres vivos. Respiran. Aman. Sufren. Como nosotros, pero muchas veces peor. La sociedad tiene que empezar a darse cuenta de que no podemos disponer de todo lo que existe en el mundo como si fuera de nuestra propiedad. La sociedad tiene que empezar a concientizarse y abrir los ojos a la realidad de que cada mañana cuando nos levantamos, estamos equivocados.

Y si algún día, alguno de ustedes (¿hola?) quiere tener una mascota, tengan en cuenta todo eso. No quieran un perro porque es lindo. No gasten ochocientos pesos en un negocio cuando hay refugios superpoblados de perros que necesitan un hogar, o centros de zoonosis (el mismísimo infierno en vida para cualquier animal) repletos de pobres bichitos que de a poco se van muriendo, si no es por desnutrición, por maltrato o alguna enfermedad, por pura tristeza. Si querés una mascota, no compres. Adoptá. Vas a ver que nadie te va a querer tanto, ni te va a agradecer tanto todos los días, como ese perrito, o ese gatito al que le diste una segunda oportunidad.

L.-

martes, 6 de julio de 2010

. Frustration II .


Espero que ésta sea la última vez que tenga que escribir al respecto porque la irritación que tengo ya alcanzó un nivel, en palabras de Tom, MASSIVE.
Hoy (siendo el comienzo del día seis de julio, cuando escribo esto, quizás debería decir ayer) recibí tres, TRES, mails de Adrián.
Ni siquiera sé por donde empezar. Lo estoy hablando con Oli por MSN y lo único que podemos analizar es el grado de enfermedad que presenta este chico.
El primer mail llegó hacia las dos y pico de la tarde. ¿La razón? Me recomendó para un trabajo tipo call center, que según él no lo es, pero en fin. O sea… gracias, pero, ¿por qué te metes? ¿Qué carajo sabes qué estoy haciendo de mi vida? Y, aparentemente, sí sabía. Por lo que decía su mail, entendí que, de alguna parte, estaba recibiendo información mía. Me empecé a preguntar de dónde mierda la estaría sacando, dado que corté todo tipo de comunicación con gente que pudiera linkearme con él. Tengo que decir que eso resultó un poco creepy.
Decidí no responder. Más que nada porque sabía, conociéndolo, que eso derivaría en un mail más de respuesta y después otro y así. Ya me pasó antes.
Dos horas más tarde, llega el segundo: Recibiste el mail que te mandé, Lau?
Mi irritación aumentó. Me descargué un poco en twitter, como venía haciendo a lo largo del día, y seguí buscando un regalo de cumpleaños para mi hermano con mi mamá.
Y, hace un par de horas, estando en la casa de mi hermano precisamente por su cumpleaños, me llega el tercer mail, titulado “tristeza”. Mientras lo abría ya me imaginaba, con el BlackBerry escondido debajo de la mesa, el lloriqueo acostumbrado de está bien, no te jodo más, yo solo quería saber como estabas. Que, de hecho, estaba. Pero no sólo eso.
Estuvo leyendo mi twitter, es decir, todas mis descargas a lo largo del día, entre ellas You’re so pathetic, that’s why you’re single (sos tan patético, por eso estás soltero). Está bien, quizás yo soy un poco forra diciendo esas cosas… ¿pero qué mierda iba yo a saber que el tipo me está trackeando por todos lados? Cuando le dije CLARAMENTE, meses atrás, que no quería hablar más con él ni tener ninguna clase de contacto, creí que eso era suficiente para dar el tema por zanjado. Pero NO. A eso le siguieron, contando los de hoy, como cinco o seis mails más.
Estoy tan histérica que no sé ni qué escribo. No puedo creer que alguien sea tan pesado. Está bien, como dice Paula, él no me hizo nada grave como para ponerme de ésta manera, pero lo más probable es que mis reacciones se basen en mis propios traumas, de haber actuado en contra de mi naturaleza, haber hecho cosas que en realidad no quería hacer, haber sido tan infiel a mí misma como lo fui. Haber pasado casi seis meses siendo alguien que no era capaz de reconocer. Es algo que no me voy a perdonar nunca. Haber tomado decisiones por las razones equivocadas, haberme obligado a querer algo que jamás iba a ser para mí.
En fin, me estoy yendo de tema. La cuestión es que su mail, dramático como de costumbre, estaba cargado de frases como: “me duele seguir pensando en alguien que no lo merece”, “yo lo único que hice mal fue amarte”, “mi salud es un desastre y mi mente está quemada”, o “hacé de cuenta que estoy muerto, vos para mí ya lo estás”. Esto sólo me lleva a lo mismo de siempre, pensar que es un fatalista egocéntrico, como lo fue desde el primer momento en que lo conocí.
Y sí, egocéntrico, a pesar de que por ahí se me puede acusar de que soy yo la que está actuando bitchy ahora (y en cierta manera, siempre lo fui un poquito). Todo siempre se trató de él. Él y su año de mierda. Él y sus tristezas. Él y sus fracasos. Él y sus anécdotas. Él y sus amigos. Él, él, él. Traerlo a comer a casa era una tortura: toda mi familia sentada incómoda a la mesa, mientras él no paraba de hablar o cortaba los comentarios de otras personas para contar sus propias experiencias. Cuando cortamos, mi hermano me dijo “no sé cómo lo aguantabas, no paraba de hablar”. La verdad, no sé. Muchas veces en la oscuridad de la noche, cuando me voy a dormir, todavía me pregunto en qué estaba pensando.
¡Cuántas ganas de responderle que tengo ahora! Pero sé que eso sólo acarrearía más quilombos y más mails y no tengo ganas. Principalmente porque aquello que tengo para decir son los siguientes ítems:

1) Está bien, yo puedo estar siendo un poco dura, pero no tenes idea lo que es tener que soportarte.
2) Quizás está bueno que, si lo que querés de una relación es atención, vos también lo prodigues. Una relación se basa en cosas mutuas, no en cubrir las necesidades de uno solo.
3) No podés ser tan terriblemente depresivo y fatalista. Todo el mundo pasa por un montón de mierda en su vida, pero si todos lloriqueáramos como vos, sería mejor meter la cabeza debajo de la almohada y rendirse al fin del universo, porque es imposible ser optimista así.
4) Si no te contesto un mail es por una de dos razones: o bien no quiero, o bien no tengo nada agradable que decirte. De cualquier manera, lo mejor es que no insistas, porque si me hinchas las pelotas, las respuestas te van a gustar todavía menos que un silencio.
5) Que stalkees a alguien es absolutamente perturbador, lo cual se añade a la larga lista de cosas QUE NO TENÉS QUE HACER CON LAS MUJERES.
6) Capaz si te hubieses quedado un poquitititito callado me hubieses conocido más y no te hubieras sorprendido tanto ahora con algunas cosas que quizás estás descubriendo.
7) NUNCA me gustó que me cantaran. Me parece patético, incómodo y aburrido. Y se siente taaaaan bien decirlo.
8) Que me dedicaras canciones quizás no estaba tan mal. Que eligieras las que yo te tenía que dedicar a vos era simplemente lastimoso.
9) Perdoná si alguna vez te hice creer que podíamos estar toda la vida juntos. Pero siempre fui una persona hecha para estar sola, me gusta estar sola y simplemente quise averiguar si algo más normal podía ser para mí. Aprendí de una que no.
10) Te ruego de rodillas que no vuelvas a nombrar a Tim nunca más. Jamás. Por favor.

Después de esto me siento un poquito mejor. Ni siquiera sé si todo lo que escribí tiene coherencia alguna. Son las dos de la mañana y lo único que hago es golpear los dedos contra el teclado para sacar la mayor parte de frustración posible de adentro.

Y sí, tal vez esté siendo increíblemente mala con este asunto. Pero desde que terminé con él, no hay un solo día en que haya podido evitar pensar en los meses que estuvimos juntos. Ningún recuerdo me resulta grato. Ninguno. Y a veces me dan ganas de darme la cabeza con fuerzas contra la pared, a ver si me da una contusión y se me borran algunos. Sería más fácil.

Me vuelvo a mi mundo de fantasías. Espero que no haya más interrupciones.

L.-

PD: A éstas alturas que el mismísimo Adrián lea esto me parece posible. Si es así, perdón por la crudeza, pero vos una vez me pediste sinceridad, y acá la tenés en su estado más puro. Espero que mis palabras, quizás dichas en la manera de la más dura crítica, te sirvan de algo en relaciones futuras. Disculpá la desilusión que te di, pero me cambiaste demasiado y odié en lo que me convertí. Que te vaya bien y ¡hasta nunca!

jueves, 1 de julio de 2010

. Hiding in my tree .

Cuando estoy desempleada tengo un patrón de conducta. Al no tener nada que hacer voy anidando en una rutina cada vez más monótona. Y cualquier cosa que altere esa rutina, por pequeña que sea, me va sacando de quicio.

Un ejemplo sería que me desacostumbro a interactuar socialmente. Esto funciona de la siguiente manera: no trabajo, por lo tanto dejo de conocer personas nuevas; como a su vez me quedo sin sueldo y tengo que recortar gastos cada vez salgo menos; al no poder pagar ni siquiera el boleto del tren, casi no veo a mis amigos – ¡hace meses que no veo a nadie! -; ergo, la única persona que veo regularmente y con la que interactúo es mi mamá, o día por medio con mi papá.
Esta tarde vino mi hermano a buscar unas cosas que necesitaba para trabajar. Como siempre que llega alguien, mis cuatro perros hacen un escándalo de aquellos y, por lo tanto, mi hermosa siesta se vio interrumpida (sí, duermo la siesta, ¿qué se supone que haga durante TODO el día?). Me levanté, me serví algo para merendar y me senté en el comedor. Y entonces lo empecé a notar.

Fastidio. Pero un fastidio profundo. Ruidos a los que me desacostumbré, idas y venidas, cosas que se mueven de lugar. Y una vez que mi hermano se fue, mi papá se sentó a ver la televisión a un volumen insano, algún programa deportivo de esos que son conducidos por personas con menos cerebro que una ameba.
Me encerré en mi pequeño mundo privado, como termino haciendo siempre que algo me molesta. Abrazada a mi BlackBerry como si fuera un salvavidas me puse a chatear (Ema y Cami, no sé qué haría sin ellos), en un mínimo intento de socialización, al menos digital. Pero cuenta. Creo.

Es agotador. No hacer nada conlleva un esfuerzo mental insoportable. Quizás el cuerpo está descansado, pero la cabeza zumba como loca. Por eso cuando tengo una entrevista de trabajo o una salida inesperada me pongo un poco histérica. No sé cómo arrancar. No sé cómo manejarme.
Otro ejemplo. Hace semanas que sé que a las once de la mañana hay un partido y a las tres y media de la tarde hay otro. Ayer y hoy el Mundial tuvo una pausa. Y enloquecí. No sabía que hacer. Di vueltas todo el tiempo. Para colmo esto fue acompañado con el hecho de que TODAS las series que veo ya llegaron a su final de temporada, así que por ese lado tampoco hay con qué tapar los agujeros.
Lo único nuevo que estoy haciendo es ir a clases particulares dos veces por semana. Quizás eso me ayude a despertarme de a poquito. O quizás se haga un milagro en mi vida y sufra algún cambio radical, o encuentre algún camino por el que deambular menos recto, con más zigzag, más impredecible, más divertido.

Lo peor de todo es que si no fuera por el bajón económico, quizás no me molestaría estar escondida en mi propio universo. Saldría más seguido, sí, pero no me agobiaría pensando en que no tengo trabajo, todo me importaría un comino y me quedaría en casa, menos estrangulada, pero en el mismo pequeño pozo en el que estoy ahora.
Supongo que en cierta manera no puedo evitar sentirme cómoda entre mis cosas, segura, mediocremente feliz. Tengo (casi) todo lo que necesito: un estante lleno de libros, una computadora en la que puedo escribir, comida en la cocina y alguien con quien hablar.
Pero, ¿hasta cuando puede un ser humano sobrevivir así, privándose de la vida? ¿Cuánto te podes esconder hasta que los ruidos te alcancen?
O tal vez sea otra irrefutable indirecta de que soy una persona que sirve para estar sola.

Y por ahora no me quejo.

L.-