lunes, 23 de agosto de 2010

. De aeropuertos y ladridos .

No hay nada como ir a trabajar y que te reciban un montón de aviones hermosamente alineados, listos para volar. Creo que ésa es una de las cosas que siempre me gustaron de trabajar en el aeropuerto: que sentís que estás en un lugar en el que no hay fronteras. Es como si no estuviera en Argentina. Estoy en la parte del mundo a la que pertenece la persona con la cual voy interactuando a lo largo del día.
Cuando me voy, me pregunto cuándo será mi turno de volver a entrar al
aeropuerto, pero no para trabajar, si no para poder volar yo también.
El sábado llegué cinco minutos antes. No estaba nerviosa. Estaba donde quería estar. Las dos chicas del stand son sumamente agradables y pegamos onda enseguida. El trabajo es bastante simple: se trata de retribuir los impuestos por la compra de productos nacionales a turistas extranjeros. Sólo eso. Requiere muchísima atención para no cometer errores, pero fuera de eso es bastante relajado.
Éstos dos últimos días estuve llegando media hora antes (tengo muy mal cálculo de los horarios de los colectivos) y hoy necesité de toda mi fuerza de voluntad para vestirme y salir camino al aeropuerto. No porque no me guste el laburo, porque hasta ahora tengo que decir que me encanta. Simplemente tengo una gripe demasiado insoportable para poder ser feliz.
Pero fuera de lo mucho que me dolía la garganta y lo frustrante que me resultaba repetirles TODO a los brasileros que exigían que levantara la voz mientras mis ganglios se hinchaban en concordancia, admito que lo disfruto. Me gusta. No hay nada como hablar con alguien de otro país. Abrir un pasaporte, tener un boarding pass en la mano. El tránsito de valijas, la variedad de acentos. La Coca-Cola de diez pesos, los chocolates importados que jamás compré. Gente que recibe amigos. Gente que despide familiares. Aviones que despegan.
Otra cosa que me hace excepcionalmente feliz de éste trabajo es el horario. Tengo tiempo para todo. Ésta mañana, por ejemplo, tuve todo el tiempo del mundo de levantarme, lamentarme por mi gripe, terminar de leer un libro (ver crítica del libro aquí), darme una ducha, terminar de escribir un capítulo para KeaneFics, almorzar con mamá, jugar una partida de solitario, jugar con Alaska, besar a Frodo, cambiarme y salir.
Y ayer domingo, además, tuve tiempo de pasar la mañana en el Refugio San Nicolás, donde hice mi primer día como voluntaria. Tengo que decir que por ser el primer día no hice la gran cosa. Mi gran tarea fue impartir mimos a cuanto perrito se me acercara y dejar que me fueran conociendo. Hay perritos de tres patitas. Hay algunos que están parcialmente ciegos o parcialmente paralíticos. Hay otros que tuvieron accidentes horribles y se recuperaron. Hay algunos que salieron de zoonosis de Lomas de Zamora en un estado deplorable y ahora están terriblemente felices. Y todos, todos ellos buscan un hogar.

Acá hay algunos de los tantos perritos de los cuales ayer me enamoré:

Negrita, una viejita llena de canas súper pancha que le encanta que le rasquen la cabecita.

Rabonita, una saltarina de aquellas. Algunos hijos de puta la tajearon con algo filoso y tiene uno de sus lados lleno de cicatrices.

Trapito, le encanta sentarse a mirar la nada y es HERMOSO.

Trompita tuvo moquillo y quedó con problemas en sus patas, camina bastante chueco, pero es muy alegre, juguetona y cariñosa.

A Manitos no lo pude conocer de cerca, pero es hermoso. Es muy desconfiado de la gente porque tuvo una vida difícil y tiende a morderle las manos a los que considera una amenaza. De ahí el nombre.

El Impecable es un perro precioso, que ahora está súper sano. ¡Tengo que averiguar bien de dónde proviene ese nombre tan particular!

Y ésta es Maite, la gorda hermosa de la que me colgué casi toda la mañana. Es amorosísima y muy mimosa. Amor a primera vista.

Estando ahí en el refugio, uno ve en primer plano la vida difícil de muchísimos animales. Es ahí cuando realmente te golpea el hecho de que hay muchos buenos perros o gatos buscando un hogar donde le puedan dar amor. Por eso es tan importante adoptar mascotas en lugar de comprarlas. Hay muchos esperando una segunda oportunidad, pero no hay gente suficiente con las ganas de otorgarla.

¡Si fuera por mí me los traigo a todos!

L.-

viernes, 20 de agosto de 2010

. Closer Now .

Y sí, un paso un poquito más cerca.
Ésta mañana me levanté antes de las ocho sabiendo que iba a tener un día ajetreado y cansador. Tenía una entrevista pautada a las once de la mañana en Microcentro y otra a las cuatro de la tarde en Congreso. Tengo que admitir que la diferencia de hora entre ambas me preocupaba bastante, porque Capital es muy lindo y hay de todo para hacer… pero sola y sin mucha plata no es tan divertido. Salí de casa con un libro en el bolso, con la intención de liquidar ese tiempo y poder, a su vez, seguir adelante con mi pequeño proyecto.
Estaba bastante malhumorada. Me había levantado definitivamente con el pie izquierdo y, también, el oído izquierdo completamente inutilizable. Por alguna razón, estaba sorda, no escuchaba absolutamente nada. Increíblemente fastidioso. A su vez, mi pelo (que me corté la semana pasada) estaba inmanejable como el que más. Así que no se puede decir que salí precisamente predispuesta a lo que estaba por venir.
Llegué al edificio de Avenida Corrientes poco antes de las once y me senté a esperar en el hall de las oficinas del segundo piso, donde una recepcionista atendía llamadas y timbres sin parar. Creo que si le hubieran regalado un par más de brazos, habría llorado de alivio. Después de un rato, me llamaron a un pequeño box y me senté sintiéndome mucho más tranquila que en todas mis entrevistas previas. Quizás es la fuerza de la costumbre. O la resignación a estas situaciones a las que ya me expuse varias veces, mayormente sin éxito.
El puesto en cuestión era para el aeropuerto, que ya se sabe que es como un lugar soñado para trabajar, a mí criterio. Un horario breve, un sueldo pequeño pero acorde y cinco meses por delante para dejar de estar en casa, aplastándome frente a la televisión viendo Friends.
Fue una entrevista corta, cosa que nunca me pareció un buen augurio. Caminé un par de cuadras por el clima casi primaveral que azotaba Buenos Aires, entrando en algunas librerías, dispuesta a hacer el tiempo que tenía que hacer hasta las cuatro. Y ahí fue donde mis planes cambiaron.
Estaba yo parada frente a una mesa de liquidaciones, sosteniendo una edición preciosa de La Tempestad de William Shakespeare, cuando escucho a Tom gritando las letras iniciales de Everybody’s Changing desde el bolsillo de mi abrigo. Para cuando realmente noté que estaba sonando, era demasiado tarde y se cortó. Así que revisé quién llamaba y no conocí el número. En la pantalla, justo detrás de esa foto tan linda de Tim, Tom y Rich en el festival de Glastonbury, aparece el pequeño simbolito que indica un mensaje de voz. De modo que llamé a mi contestador automático.
Era la chica que acababa de entrevistarme, pidiéndome que la llamara cuanto antes. Pensando que quizás me había olvidado de dejarle algún papel o algún dato, la llamé enseguida. Y entonces es cuando me dice que acababa de contactar a la empresa interesada en la cuestión de contratar a alguien (porque la entrevista me la hicieron en una consultora de recursos humanos) y que éstos querían saber si era posible que fuera en ese mismísimo momento hasta Palermo para otra entrevista.
Tratando de pensar rápido, haciendo cuentas de tiempo y buscando algo con qué tomar nota en las profundidades de mi bolso, le dije que sí. Pedí un papel al chico del mostrador y anoté la dirección de la otra oficina, en cuya dirección me mandé prácticamente corriendo en cuanto corté el teléfono.
Me tomé de nuevo el fiel 59, que siempre me lleva al destino que necesite, y cosa de media hora después entraba a un segundo edificio. La mujer que me entrevistaría en éste caso, rondaba los treinta y tantos, cuarenta, y tenía puesta una remera rosa con una imagen de Cenicienta. Me asombró su forma de evitar los condicionales a la hora de hablar, como por ejemplo: “lo que vas a estar haciendo” en lugar de “lo que estarías haciendo si empezaras a trabajar con nosotros”. Durante un buen rato me empezó a explicar algunos detalles del trabajo y, cuando me trajo algunos uniformes para que fuera viendo los talles, empecé a preguntarme si aquello sería algún tipo de señal.
Al rato llamó por teléfono a la chica de la consultora, que me pidió que volviera a Avenida Corrientes para firmar el contrato.
Todo pasó inusualmente rápido. Poco antes de las dos, estaba de nuevo en el primer edificio, con el bolso lleno de papeles explicativos, folletos, camisas con el logo de la empresa, el libro que jamás me puse a leer y boletos varios de colectivo. Al rato firmé el contrato y salí de nuevo a la vereda bañada en sol, todavía un poco aturdida por lo que había pasado, tan de golpe.
Me subí a la combi para volver a casa (la entrevista de Congreso, después de algunos momentos de meditación, la dejé de lado, porque un trabajo en el aeropuerto es un trabajo en el aeropuerto y dudo mucho que cualquier trabajo de Capital pueda igualarlo) con un dolor de cabeza terrible, famélica por la falta de desayuno y de almuerzo y los pies doloridos por haber corrido por media ciudad de Buenos Aires sobre los tacos, sin parar ni un segundo para sorber descuidadamente un latte. Pero tan satisfecha. Tan aliviada.
Mañana es mi primer día. Entro a las tres de la tarde (una hora más de lo que va a ser habitual, para poder aprender algunos gajes varios del oficio) y salgo a las nueve. Nunca me gustó anticiparme, pero tengo un buen presentimiento con esto.
Otro trabajo que sólo va a durar unos meses.
It’s the pattern of my life, diría Tom. You might stumble and come closer now, le contestaría yo.

¡A cruzar los dedos por el primer día!

L.-

lunes, 9 de agosto de 2010

. Under pressure y otros cuentos .

Hace ya unos días que debería haber escrito éste post, pero desde el jueves que todo viene pasando a una velocidad increíble.
Y hablando del jueves, empecemos por ahí.
Mi último día de estudio antes del examen. Estaba obviamente histérica, esperando con ansias mi última clase particular esa tarde para poder despejarme todas las dudas que quedaban que, lamentablemente, parecían ser demasiadas. Estaba por cambiarme para
salir rumbo a la casa de la profesora cuando el teléfono suena y mi mamá me pasa diciéndome que era precisamente ella. Se le ocurrió elegir el mejor día de todos para decirme que no me podía dar clases porque tenía otro compromiso. Entré en pánico y colapsé de nervios todo al mismo tiempo. Me tomé un café y agarré todos mis apuntes. No dejé de hacer ejercicios hasta las once de la noche, cuando la mano me latía de dolor y cansancio y decidí darme una ducha, despejarme, y dejar todo ahí. Que fuera lo que tenía que ser.
El viernes a la mañana volví a encontrarme en un pasillo lleno de púberes. Volví a sentirme más fuera de lugar de lo que me había sentido en toda mi vida. Estaba nerviosa, sí. pero otra vez la frase retumbando en mis oídos, casi susurrada, como si estuviera al l
ado mío, agarrándome la mano, inclinándose para decírmela: There’s no reason to be so nervous. Sí, Tim. De nuevo Tim. Siempre Tim.
Me senté frente a mi examen con mucha más confianza de la que había creído tener. Eran sólo dos ejercicios y sabía a rajatabla lo que tenía que hacer. Los hice. Prácticamente sin error alguno.
Poco menos de dos horas más tarde, salía del colegio con otro seis, otro aprobado y, ésta vez, con la satisfacción, el alivio, la incredulidad de tener mi título. De ya no ser la tarada de veintiún años que debe materias de la secundaria. Sabiendo que ahora tengo to
das las puertas abiertas y que si estaban cerradas era por mi propia testarudez y mis propios miedos absurdos.
Llegué a casa exhausta a más no poder y me metí adentro de mi pijam
a rosa. El pijama de la victoria.
Descansé sin excepción alguna hasta el sábado por la mañana. A las tres de la tarde se realizaba una nueva marcha por los perros de Neuquén y la verdad es que la vez a
nterior descubrí cuánto me gusta apoyar estas cosas, así que no tenía intención de faltar. Volví a agarrar mi cartel y salí al Obelisco. Llegamos a ser dos mil quinientas personas. Marchamos a la Casa Rosada y de ahí al Congreso. Se hicieron tres actos realmente conmovedores. Fue como estar en el lugar del mundo donde tengo que estar.
Éstas son algunas fotos que saqué de la marcha:

Después de todo esto, me tomé el subte hasta Caballito para pasar el fin de semana en la casa de Camila y Paula. Me dolían las piernas, la espalda y las manos pero no me importaba porque estaba contenta con lo bien que había salido todo.
Tuvimos una noche tranquila de pizza y película. Escuché la canción nueva de Keane de la cual me enamoré desde el primer acorde. Y otro domingo tranquilo de mate y Vlogbrothers.
Hoy me levanté tarde y acompañé a Camila a hacer algunos trámites entre frappés y delineados de un proyecto nuevo (ver proyecto aquí). Volví a casa igual que siempre: en un viaje largo que termina con la triste desilusión de vivir en el lugar donde menos quiero estar. Pero de puertas adentro, y sin ventanas cerca, me siento mucho más en casa.

L.-

martes, 3 de agosto de 2010

. De marchas y balances de ocho columnas .

Éste post va a ser una especie de potpurrí, dado que estos últimos días apenas he tenido tiempo de respirar, mucho menos de escribir en el blog.

Aunque parezca inusual, voy a ir de atrás para adelante.

Ayer fui al colegio. Empezaban las clases y necesitaba a toda costa saber cuándo rendía. Casi tengo un infarto al ver que mi prueba de SAC era hoy y la de Matemática el viernes. De más está decir que colapsé y no paré ni un segundo de hacer asientos, mayorizaciones, balances de ocho columnas, análisis de costos y presupuestos hasta que fueron las doce de la noche y caí rendida contra las almohadas, sabiendo que mis pobres neuronas habían alcanzado ya un límite.
Esta mañana me levanté mitad histérica, mitad bien. Por un lado, consi
dero que ésta es mi última oportunidad para sacarme éste desastre escolar de encima y, por otro, la frase de Tim Rice-Oxley (felizmente recordada por Paula en un mensaje de texto) retumbándome en la cabeza, como un sedante: “There’s no reason to be so nervous”.

Cuando llegué al colegio (no hay nada peor que volver a un lugar que no te regaló un puto instante de alegría), estaba incómoda y deseando que todo terminara de una vez por todas. Estar parada en un pasillo, esperando rodeada de pre-adolescentes te hace preguntarte qué carajo estás haciendo con tu vida. Tengo veintiún años. Ya estoy vieja para la secundaria.
Cuando te golpean esas dolorosas revelaciones referentes a la edad es
terrible. Es la primera vez que me siento vieja en mi vida. Y no creo que lo sea en absoluto, es sólo que me doy cuenta que hay lugares que ya no tienen que ver conmigo… y sigo teniendo que ir a ellos de todos modos por no haber hecho lo que debí en su momento. Genial.
Me concentré en la prueba sin pensar en nada más durante una hora y media. Como siempre, al llegar al maldito balance de ocho columnas, tenía una diferencia. Me faltaban setecientos pesos en algún lado y no lograba darme cuenta en dónde. Y entonces vi que había anotado mal el valor de una amortización acumulada. Lo arreglé, lo volví a sumar y, gloriosamente y como pocas veces me ha ocurrido, todo el ejercicio contable estaba impecablemente hecho. Maravilloso. Sin error alguno.
Lo entregué y esperé muchísimo más calmada a que lo corrigieran. Mi profesor siempre tuvo una onda excelente conmigo. Quizás porque siempre fui callada y presté atención, nunca le falté el respeto y fuera de lo dura que fui con los números desde que nací, fui una buena alumna. Dejó mi examen para lo último, porque siempre trata de darme una mano si me falta un poco para llegar al aprobado. Sólo que ésta ve no hizo falta y me plasmó un hermoso seis en mi hoja, me hizo firmar y me dijo que me podía ir.
Aprobé. No lo puedo creer. Estoy un pasito más cerca de terminar con esto que vengo arrastrando de hace cuatro años. Al fin. Ahora sólo me falta lo que considero va a ser un desenlace apocalíptico, cual Impacto Profundo, Armaggedon o El Día Después de Mañana: Matemáticas. O pasa un milagro o se acaba el mundo. No hay muchas más alternativas.

Y ahora retrocedo un poquitito hasta el fin de semana. El pasado domingo primero de agosto fui a la marcha nacional contra la ley para matar a los perros callejeros en Neuquén. La primera vez que voy a una marcha, pero definitivamente no la última.
Estar apoyando algo en lo que crees se siente mucho mejor de lo que jamás me había imaginado. Fui con el miedo de estar yo sola sentada en frente del Obelisco, pero llegué a una multitud de gente en la Plaza de la República, que con el correr de las horas alcanzó centenas y centenas. Muchos habían ido con sus perros, que ladraban con los aplausos, marchaban con carteles o remeras en las que se podían leer “No al maltrato animal”.
Hice un cartel para la ocasión, y aunque no me quedó muy lindo, se ve que a algunos les gustó porque le sacaron varias fotos:

Me acompañó Adrus con su novio, Facu. Las dos tenemos perros de la calle, así que supongo que de alguna manera estábamos tratando de defenderlos a ellos.
Todavía no me entra en la cabeza como puede existir gente tan despreciable que quiera quitarles la vida a otros seres vivos. Cada día que pasa me resiento más y más hacia la sociedad. Al fin y al cabo todo lo que está mal, está así porque nosotros lo causamos: la co
ntaminación, las guerras, la violencia… todo sale de las mentes humanas. Y ahora se la agarran con los pobres perros, los animales más dulces y buenos que existen. Es indignante.
Afortunadamente, se logró frenar la matanza que estaba programada para ayer, pero no se canceló definitivamente. Cada día tenemos que ser más y más voces para estos animales y para todos los otros que sufren sin parar en todas partes del mundo. Por eso éste próximo sábado se realiza una nueva marcha a nivel nacional e internacional en busca de borrar esta ley espantosa de nuestras vidas para siempre. Acá está el link de Facebook con los detalles de la marcha, para todos los que deseen asistir: http://www.facebook.com/event.php?eid=117434851639142&ref=mf . Una vez más, me voy bien firme al Obelisco, por mis perros y por todos los demás.

Algunas fotos de la marcha del pasado domingo:


L.-

domingo, 1 de agosto de 2010

. Family portrait .

Hoy recordé qué era exactamente lo que siempre tanto me jodió de las cenas / almuerzos familiares.
No es el hecho de ser el número impar en la mesa. No es escuchar a mi viejo contar chistes malísimos. No es sólo que hay de tres a cinco personas fumando simultáneamente y llenándome mis limpios y sanos pulmones de humo contaminante.
Es que siempre, en algún momento, alguien va a tirar un comentario que degrade cualquier cosa que a mi me interese, cualquier cosa que o haga, cualquier cosa que yo crea.
No me malinterpreten. Mi familia es maravillosa. Es sólo que mi mamá, por ejemplo, habla primero y piensa después.
Éstos son algunos ejemplos de frases que se han escapado de su boca, y de la de otros, a lo largo de los años:
- “¿Qué querés que haga? ¿Que la mate porque no salió como queríamos?”
- Mi hermano Gonzalo pregunta: “¿Y esa alianza, Laura?”. Mamá responde: “Pf, ni preguntes, es una pelotudez”.
- Fernando, mi hermano mayor, dice: “Nena, ¿vos para cuándo un novio? Si seguís así vas a tener cuarenta años y nada, eh”.
- “Mirá cómo te queda ese jean. Vas a tener que ir cerrando el buche”.
- “¿Qué tenés en el pelo? Estás horrible. ¿Vos te peinás o ni siquiera eso?”.

Y la frase de hoy, dicha entre risitas, nuevamente by my madre: “Y bueno… es una etapa, ya va a pasar”.
¿Ya va a pasar? ¿Qué soy? ¿Una pendeja de quince años con el capricho amoroso de cada semana? No, soy una persona ya adulta, por mucho que no lo parezca, que está empezando a adoptar ideologías y creencias propias, por muy difícil que les pueda parecer.
¿Por qué nunca entienden absolutamente nada de lo que yo hago? ¿Por qué todo ya va a pasar, o es molesto, o es estúpido, o les causa gracia? No estoy planteando mis planes para raptar a Tim Rice-Oxley y obligarlo a casarse conmigo. No estoy rumiando sobre estupideces al azar. Estoy hablando de cosas que para mí son importantes y todo lo que encuentro es una burla, una incomprensión, una mueca sarcástica.
No estoy pidiendo que compartan lo que pienso. Estoy pidiendo que por lo menos me tomen en serio. No creo que eso sea algo disparatado. Tengo veintiún años, soy totalmente capaz de hablar, fundamentar, debatir. ¿Pero qué caso tiene tratar de contarles mi punto de vista sobre un tema en particular si en menos de dos segundos me van a cambiar el curso de la conversación, como si estuviera hablando disparates? Hola, no soy mi prima la retardada, que tiene como treinta años y lo único que hace es hablar de sus dichosos dibujitos japoneses. Hasta a ella parecen prestarle más atención que a mí.

Me llevo bien con mis viejos, me llevo bien con mis hermanos. Nunca fueron malos padres, ni nunca hubo un ambiente familiar tenso. Pero siempre estuvo flotando en el aire esa sensación de que nunca llegué a alcanzar las expectativas que ellos tenían de mí. Soy bastante antisocial. A veces soy demasiado seria. Soy muy peculiar para mis gustos. Me aferro con convicción a las cosas en las que creo, a mis principios, a mi visión de lo correcto. ¿Está mal? ¿Se supone que tengo que ser un ente carcomido por la televisión, sin ideas propias para ser aceptada o, mínimamente, comprendida?
Quizás los padres en general no entienden a sus hijos. Quizás no aceptan el hecho de que crecemos, nos formamos, cambiamos, aprendemos, idealizamos. Quizás ellos nos siguen viendo como esas personitas chiquitas que sólo se preocupan por saber cómo sumar dos más dos y diferenciar las vocales de las consonantes.

No sé. Estoy indignada. No, decepcionada, más bien. No entiendo qué parte es la que les parece tan tonta. Soy una persona racional, me considero inteligente, me gusta reflexionar sobre las cosas antes de creerlas/abrazarlas. Nunca quemé mis neuronas en miles de noches de sábado alcoholizándome en boliches o cambiando de chicos con la misma frecuencia con la que me cambio una bombacha. Mis sábados a la noche pasaron mayormente entre libros, en tranquilidad. Si no estoy hueca por dentro… ¿por qué hacen parecer que sí?

L.-