miércoles, 8 de diciembre de 2010

. De desempleos (no tan indeseados) y bebés .

La vida se desliza en la monotonía habitual de no tener trabajo, pero ésta vez en lugar de enojarme, fastidiarme, ponerme de mal humor y buscar trabajo compulsivamente online… lo estoy disfrutando tanto que no sé si quiero que se termine.
La cosa es así: en los últimos meses, o más bien en el último año, empecé a tomarme más en serio las cosas que de verdad me importan/ me gustan/ me hacen bien. Y una de ellas es, sorpresa sorpresa, escribir. Empecé a ser consciente de que los trabajos que voy teniendo no me importan tanto, porque no son lo que quiero hacer, así sea un buen puesto, donde me paguen bien o que medianamente me guste. Trabajar en el aeropuerto me gustaba. Pero me amargó un ratito nada más el no trabajar más ahí, supongo que porque fue inesperado. Después de eso, me di cuenta que ni siquiera me afectó. Me dio lo mismo.
No es que sea una vaga que se quiere quedar tirada en la cama todo el día, porque tampoco es así. Pero quiero dejar de hacerme problema por cosas que, al fin y al c
abo, realmente espero que sean pasajeras. Porque yo no quiero pagarle la devolución de impuestos a los extranjeros toda mi vida, o atender un teléfono en la recepción de una empresa o, peor, en un call center. No quiero trabajar en un negocio de ropa, ni hacer los receptivos de los cruceros, ni nada de eso. Quiero sentarme en frente de mi computadora y ser lo que sé que soy bien en el fondo de mi alma: una escritora. Hoy será Green Stories o Keane Fics, mañana será un libro de verdad, pero es esto. Esto y nada más.
Sé que es difícil y sé que muchos escritores se mueren de hambre toda su vida o terminan trabajando de otra cosa, por falta de suerte, por falta de talento, por falta de algo. Pero… siento que no me importa. Está bien, ahora no tengo problemas para mantenerme, no tengo a nadie a mi cargo, no tengo verdaderas responsabilidades y quizás por eso no me interesa. Pero no logro sentirme tampoco guiada por la idea de que la plata es la razón para hacer algo. No lo veo así. Hace ya bastante que me di cuenta que la plata no hace la felicidad. Puedo tener los bolsillos llenos laburando en cualquier parte, ¿pero en qué me va a hacer bien eso? ¿Comprarme cosas? ¿De verdad voy a basar mi existencia en una razón meramente material? Sí, me encantaría tener una laptop, pero si tengo que seguir con mi computadora de quince años tampoco me voy a morir. Sí, me encantaría ir a Inglaterra, pero en cuanto a magnitudes de sueños y deseos, ser yo misma, ser feliz y no tomar decisiones sólo basándome en cuánto voy a ganar o cuánto voy a tener le kickea el ass por mucho.

Así que acá estoy, feliz a pesar del desempleo; tranquila a pesar de que sé que en un tiempo las deudas me van a tapar la cabeza si no hago algo. Hoy tuve una entrevista para un puesto que en otro momento me hubiese vuelto loca por tener, pero salí de ahí pensando que más adelante los horarios de ese trabajo se superpondrían con los de la facultad y no podría hacer las dos cosas. Y me di cuenta que no me muero si no me llaman. Al contrario, sinceramente no me va ni me viene.
Si mi viejo leyera esto, me miraría horrorizado.

En cuanto a otras noticias, acá les presento a mi hermoso sobrino, un varoncito que estará naciendo aparentemente los primeros días de mayo, que se chupa el dedo en las ecografías y que está cada día más grande:

Me voy a pasar el resto de ésta noche demasiado calurosa escribiendo. Obviamente. Green Stories estrena en nada y no puedo parar un segundo.

L.-

miércoles, 1 de diciembre de 2010

. Departure .

Probablemente lo que voy a escribir debería llamarse resumen, pero me parece un título poco atractivo. Vayamos con el del tema de Mt. Desolation entonces.

La última vez que posteé algo acá era porque necesitaba compartir la alegría de saber que voy a tener un primero sobrino o sobrina. A pesar de algunas complicaciones al principio del embarazo, mi cuñada está ahora en un perfecto estado de salud, la pancita cada día más grande, y si todo sale bien en la ecografía que va a hacerse mañana ya sabremos el sexo. Estoy ansiosa por saber si tengo que correr a comprar un pantaloncito azul o un vestidito rosa.


En el pasado mes de octubre, como le he mencionado varias veces en éste mismo blog, estaba el tan esperado recital de Green Day, que terminó siendo esa ráfaga de aire fresco que a veces tanta falta me hace. Me hacía muchísima falta y tuve lo que esperaba y muchísimo más.
Al principio me preocupé varias semanas porque parecía que en el trabajo todo se me iba a ir al demonio por tomarme el día para ir al recital, pero al final quedaron en que me lo descontaban y nada más. Así que cuando salí de trabajar el jueves veintiuno de o
ctubre, cumpleaños de Camila, me fui directo a Caballito, a esperar que pasara el tiempo.
El viernes a las seis de la mañana estábamos arriba, entre preparativos y tráfico, llegamos al estadio poco antes de las nueve. Teníamos bastante cola adelante, pero nos sentíamos optimistas. Había sol, no hacía frío, no pintaba que fuera a llover.
¿Qué más podíamos pedir?
Había pasado el mediodía y parte del inicio de la tarde cuando s
e descontroló todo. De repente la fila delante de nosotras desapareció, se armó un nudo gigante de gente, perdimos los lugares, nos apretujamos, corrimos, nos cagamos de calor… y todo se fue a la mierda. Con una de las frustraciones más grandes que sentí en mi vida, salimos del enjambre y nos pusimos a pensar qué mierda íbamos a hacer.
Después de pensarlo un rato, decidimos ir al hotel. Dos de nuestras amigas estaban ahí, Tré había salido la noche anterior y la esperanza de ver a alguno siempre estaba. En un viaje en taxi que resultó interminable, fuimos al Four Seasons.
Ahí todo se puso un poco mejor. Descansamos, tomamos un café del Havanna de enfrente y logramos distendernos de las chicas. Vimos a Jason White dos vece
s (convencida de que lo estaban usando de carnada para que los otros pudieran salir más de incógnito no me quise mover, pero fue un poco en vano), Tré se asomó por la ventana con una Quilmes y Billie Joe saludó desde detrás del vidrio mientras hablaba por teléfono. También pudimos verlos cuando salieron del hotel y se subieron a la camioneta para ir al estadio (aunque yo sólo logré ver a Mike) y nos dimos cuenta que era hora de hacer lo mismo.
Nuestro objetivo era estar en la valla, pero a esa hora (como las ocho de la noche, más o menos) nos parecía imposible. Terminamos en el medio del VIP, que por suerte era un sect
or muy chiquito, pero veíamos bastante bien. y, de todos modos, cuando empezó el recital, nos dejó de importar todo. Camila y Carla se habían quedado perdidas al separarnos para ir al baño, así que pasé todo el show sólo con Paula, agarradas para que no nos apartaran, ni nos pegaran.
Todavía, a poco más de un mes, no tengo forma alguna de describirlo. Fue el
mejor recital al que fui en mi vida, la emoción fue gigantesca porque fueron muchísimos años ansiando que se acordaran de venir. Saltamos, cantamos, gritamos, nos abrazamos y hasta nos miramos con intención de meternos en el pogo. Simplemente increíble. Simplemente un sueño.


Tanto fue así que, dos días más tarde, Paula creaba en facebook un grupo llamado Yo También Quiero que Vuelva Green Stories. Una semana después, había cien personas unidas. ¿Tenía opción? Terminé de escribir “Love is the End” para Keane Fics y me metí de lleno en “Homecoming” una historia de Billie Joe que empezaremos a postear en enero, cuando tengamos la página nueva de Green Stories al fin creada del todo. Hoy, la última vez que chequeé el grupo, había ciento ochenta y un personas. Creo que ni siquiera en las buenas viejas épocas de GS logramos algo así.
El Staff, como nos gusta llamarnos, se puso a trabajar con todo y tenemos tantos planes que no puedo evitar sentirme entusiasmadísima con esto, hacer que de pronto mi vida entera gire en torno a esto.

Lo que me recuerda… también en octubre, antes del recital, me inscribí a la facultad. Durante meses estuve dando vueltas la idea de anotarme en Turismo, por la salida laboral… pero no. Decidí que lo mejor que puedo hacer es probar suerte en lo que me gusta. Si no lo intento, nunca me lo voy a perdonar. No voy a saber qué hubiese pasado. Y así, fui con Emanuel hasta la sede de Puán de la UBA y me anoté en Letras, prometiéndome a mí misma que voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para ser lo que quiero ser: escritora. Y si no lo logro, al menos sé que no fue porque no le puse ganas.

Después de todos éstos acontecimientos no pasó nada demasiado emocionante, al menos no algo que no esté relacionado con esos ítems en particular.
Hasta éste domingo que pasó.
Estaba en el trabajo, esperando que me fueran a reemplazar para poder ir al baño y cambiarme: me iba a tomar el 8 hasta Caballito para ir a ver la última película de Harry Potter con las chicas. Veo venir a mi supervisora, guardo mis cosas y espero que entre. Le digo que me voy a cambiar mientras cuenta la caja y ella me dice que tiene que hablar conmigo.
Y en menos de dos segundos me había quedado sin trabajo otra vez.
No termino de entender bien del todo qué fue lo que pasó: si me rescindieron el contrato porque ya pasaron tres meses, o porque me mandé alguna cagada, o por qué otra razón.
Así que me cambié, agarré mis cosas, dije au revoir y me fui a tomar el colectivo. Durante un rato estuve bastante enojada, más que nada supongo que porque fue de golpe, no me dieron explicaciones y yo creía que podía estar tranquila por lo menos hasta enero.
Pero se me pasó. Lo analicé. Lo pensé. Me di cuenta que ni siquiera me molesta. Era sabido de antemano que había un cronómetro en todo esto. Ya lo tenía asimilado. Y no es como si hubiera perdido un contrato con una editorial. Es simplemente otro de los tantos trabajos pasajeros que tuve/tendré hasta poder hacer lo que realmente quiero hacer (y créanme cuando digo que lo voy a hacer).
Así que hoy fue mi primer día de regreso al desempleo. Eso explica por qué volví al blog (sinceramente, entre el trabajo, Green Stories, Keane Fics, la lectura y demás, no tenía tiempo para esto y lo fui dejando de lado). De manera que ahora es posible que vaya contando las peripecias varias de lo que se viene. Aunque advierto que me lo estoy tomando con calma y puede terminar siendo aburrido.

L.-

jueves, 2 de septiembre de 2010

. Surprise! II .

Durante éstos últimos días estuve llevando una vida tranquila y generalmente feliz. El trabajo va muy bien; en los mejores momentos me toca en el stand de Aerolíneas, donde paso las cinco horas casi completamente sola en la desierta Terminal, escuchando Mt. Desolation y Keane en youtube, sumida en una maravillosa soledad, o quizás leyendo un poco el libro de turno (ver libros aquí).
Sin embargo, anoche pasó algo que alteró todo, pero de la mejor manera posible.
Era casi medianoche, yo estaba bastante concentrada en la computadora, haciendo la lectura ocasional de un fic, cuando siento ruidos desde el living. Es bastante normal escuchar ruidos desde esa dirección: mis viejos se acuestan alrededor de las doce, siempre se quedan mirando la televisión y demás. Sin embargo, era el ruido de la puerta. Ruidos de voces.
Mi primer pensamiento fue Ok, cagamos, nos están afanando. Cuando noté que era la voz de mi hermano, me tranquilicé, aunque me pareció raro y volví un segundo a lo que me tenía ocupada para poder terminarlo antes de ir a saludar.
Pero entonces esas voces transmutaron en gritos. Y, más curiosa que alarmada, fui a ver que pasaba.
Se estaban abrazando los cuatro: mis viejos, mi hermano y mi cuñada. Mi mamá subía bastante el tono de voz. Entre los chillidos y el jolgorio, logro distinguir las siguientes palabras: ¡Laura, Romina está embarazada!
Creo que no vale la pena que entre en los detalles de los momentos iniciales de emoción en que todo fue una confusión gigante, mi mamá agarró el teléfono y empezó a llamar a medio mundo (creo que el único que no sabe nada a éstas alturas es Arnaldo, el chico del locutorio de acá a cuatro cuadras), mi papá lloraba, Gonzalo comía Leber Wurst, Romina contaba lo que le dijo el médico y yo me tapaba la boca con la mano en gesto de incredulidad. Fue algo rapidísimo, tan fugaz que cuando me desperté ésta mañana no estaba segura de si lo había soñado o no.
Éste bebé, que va a nacer en algún momento del mes de abril, va a ser mi primer sobrino o mi primera sobrina (Mamá, Romi y yo estamos seguras de que es una nena. Gonzalo y papá dicen que es varón). O sea… es irreal en el sentido de que siempre hubo un momento en que pensé el día que Gonzalo/Fernando tengan hijos… pero nunca pensé el día en que yo sea tía.
Anoche me costó dormir. Me puse a pensar que en unos meses vamos a tener una personita totalmente nueva en nuestras vidas, en nuestra familia. Pienso en lo raro que es no saber quién o cómo va a ser. Nunca tuve una experiencia de verdad con bebés, nunca los vi hablar por primera vez, aprender a caminar, aprendiendo a andar en bicicleta. Conocí personas completas. Nunca las vi en pleno estadio de desarrollo. Es algo que se me antoja rarísimo. Maravilloso.
Todavía estoy un poco incrédula en todo éste asunto. No sé bien cómo describirlo. Es probable que termine éste posteo y me de cuenta que es un desastre. Pero no me importa. Porque estoy emocionada, estoy totalmente perdida en fantasías de cómo va a ser ese bebé, como se va a sentir tenerlo entre nosotros. Y la verdad, no sé si voy a poder aguantar los próximos siete meses.

¿Suena patético que, esta mañana, me haya puesto a pensar en canciones que cantarle para que se vaya a dormir? Encontré que A Heart To Hold You muy suavecita es tan adecuada como una canción de cuna. ¿Es patético que haya pasado gran parte de mi tarde en el trabajo mirando en Mercado Libre cosas que comprarle?
¿Es patético que esté insoportablemente feliz?

L.-

lunes, 23 de agosto de 2010

. De aeropuertos y ladridos .

No hay nada como ir a trabajar y que te reciban un montón de aviones hermosamente alineados, listos para volar. Creo que ésa es una de las cosas que siempre me gustaron de trabajar en el aeropuerto: que sentís que estás en un lugar en el que no hay fronteras. Es como si no estuviera en Argentina. Estoy en la parte del mundo a la que pertenece la persona con la cual voy interactuando a lo largo del día.
Cuando me voy, me pregunto cuándo será mi turno de volver a entrar al
aeropuerto, pero no para trabajar, si no para poder volar yo también.
El sábado llegué cinco minutos antes. No estaba nerviosa. Estaba donde quería estar. Las dos chicas del stand son sumamente agradables y pegamos onda enseguida. El trabajo es bastante simple: se trata de retribuir los impuestos por la compra de productos nacionales a turistas extranjeros. Sólo eso. Requiere muchísima atención para no cometer errores, pero fuera de eso es bastante relajado.
Éstos dos últimos días estuve llegando media hora antes (tengo muy mal cálculo de los horarios de los colectivos) y hoy necesité de toda mi fuerza de voluntad para vestirme y salir camino al aeropuerto. No porque no me guste el laburo, porque hasta ahora tengo que decir que me encanta. Simplemente tengo una gripe demasiado insoportable para poder ser feliz.
Pero fuera de lo mucho que me dolía la garganta y lo frustrante que me resultaba repetirles TODO a los brasileros que exigían que levantara la voz mientras mis ganglios se hinchaban en concordancia, admito que lo disfruto. Me gusta. No hay nada como hablar con alguien de otro país. Abrir un pasaporte, tener un boarding pass en la mano. El tránsito de valijas, la variedad de acentos. La Coca-Cola de diez pesos, los chocolates importados que jamás compré. Gente que recibe amigos. Gente que despide familiares. Aviones que despegan.
Otra cosa que me hace excepcionalmente feliz de éste trabajo es el horario. Tengo tiempo para todo. Ésta mañana, por ejemplo, tuve todo el tiempo del mundo de levantarme, lamentarme por mi gripe, terminar de leer un libro (ver crítica del libro aquí), darme una ducha, terminar de escribir un capítulo para KeaneFics, almorzar con mamá, jugar una partida de solitario, jugar con Alaska, besar a Frodo, cambiarme y salir.
Y ayer domingo, además, tuve tiempo de pasar la mañana en el Refugio San Nicolás, donde hice mi primer día como voluntaria. Tengo que decir que por ser el primer día no hice la gran cosa. Mi gran tarea fue impartir mimos a cuanto perrito se me acercara y dejar que me fueran conociendo. Hay perritos de tres patitas. Hay algunos que están parcialmente ciegos o parcialmente paralíticos. Hay otros que tuvieron accidentes horribles y se recuperaron. Hay algunos que salieron de zoonosis de Lomas de Zamora en un estado deplorable y ahora están terriblemente felices. Y todos, todos ellos buscan un hogar.

Acá hay algunos de los tantos perritos de los cuales ayer me enamoré:

Negrita, una viejita llena de canas súper pancha que le encanta que le rasquen la cabecita.

Rabonita, una saltarina de aquellas. Algunos hijos de puta la tajearon con algo filoso y tiene uno de sus lados lleno de cicatrices.

Trapito, le encanta sentarse a mirar la nada y es HERMOSO.

Trompita tuvo moquillo y quedó con problemas en sus patas, camina bastante chueco, pero es muy alegre, juguetona y cariñosa.

A Manitos no lo pude conocer de cerca, pero es hermoso. Es muy desconfiado de la gente porque tuvo una vida difícil y tiende a morderle las manos a los que considera una amenaza. De ahí el nombre.

El Impecable es un perro precioso, que ahora está súper sano. ¡Tengo que averiguar bien de dónde proviene ese nombre tan particular!

Y ésta es Maite, la gorda hermosa de la que me colgué casi toda la mañana. Es amorosísima y muy mimosa. Amor a primera vista.

Estando ahí en el refugio, uno ve en primer plano la vida difícil de muchísimos animales. Es ahí cuando realmente te golpea el hecho de que hay muchos buenos perros o gatos buscando un hogar donde le puedan dar amor. Por eso es tan importante adoptar mascotas en lugar de comprarlas. Hay muchos esperando una segunda oportunidad, pero no hay gente suficiente con las ganas de otorgarla.

¡Si fuera por mí me los traigo a todos!

L.-

viernes, 20 de agosto de 2010

. Closer Now .

Y sí, un paso un poquito más cerca.
Ésta mañana me levanté antes de las ocho sabiendo que iba a tener un día ajetreado y cansador. Tenía una entrevista pautada a las once de la mañana en Microcentro y otra a las cuatro de la tarde en Congreso. Tengo que admitir que la diferencia de hora entre ambas me preocupaba bastante, porque Capital es muy lindo y hay de todo para hacer… pero sola y sin mucha plata no es tan divertido. Salí de casa con un libro en el bolso, con la intención de liquidar ese tiempo y poder, a su vez, seguir adelante con mi pequeño proyecto.
Estaba bastante malhumorada. Me había levantado definitivamente con el pie izquierdo y, también, el oído izquierdo completamente inutilizable. Por alguna razón, estaba sorda, no escuchaba absolutamente nada. Increíblemente fastidioso. A su vez, mi pelo (que me corté la semana pasada) estaba inmanejable como el que más. Así que no se puede decir que salí precisamente predispuesta a lo que estaba por venir.
Llegué al edificio de Avenida Corrientes poco antes de las once y me senté a esperar en el hall de las oficinas del segundo piso, donde una recepcionista atendía llamadas y timbres sin parar. Creo que si le hubieran regalado un par más de brazos, habría llorado de alivio. Después de un rato, me llamaron a un pequeño box y me senté sintiéndome mucho más tranquila que en todas mis entrevistas previas. Quizás es la fuerza de la costumbre. O la resignación a estas situaciones a las que ya me expuse varias veces, mayormente sin éxito.
El puesto en cuestión era para el aeropuerto, que ya se sabe que es como un lugar soñado para trabajar, a mí criterio. Un horario breve, un sueldo pequeño pero acorde y cinco meses por delante para dejar de estar en casa, aplastándome frente a la televisión viendo Friends.
Fue una entrevista corta, cosa que nunca me pareció un buen augurio. Caminé un par de cuadras por el clima casi primaveral que azotaba Buenos Aires, entrando en algunas librerías, dispuesta a hacer el tiempo que tenía que hacer hasta las cuatro. Y ahí fue donde mis planes cambiaron.
Estaba yo parada frente a una mesa de liquidaciones, sosteniendo una edición preciosa de La Tempestad de William Shakespeare, cuando escucho a Tom gritando las letras iniciales de Everybody’s Changing desde el bolsillo de mi abrigo. Para cuando realmente noté que estaba sonando, era demasiado tarde y se cortó. Así que revisé quién llamaba y no conocí el número. En la pantalla, justo detrás de esa foto tan linda de Tim, Tom y Rich en el festival de Glastonbury, aparece el pequeño simbolito que indica un mensaje de voz. De modo que llamé a mi contestador automático.
Era la chica que acababa de entrevistarme, pidiéndome que la llamara cuanto antes. Pensando que quizás me había olvidado de dejarle algún papel o algún dato, la llamé enseguida. Y entonces es cuando me dice que acababa de contactar a la empresa interesada en la cuestión de contratar a alguien (porque la entrevista me la hicieron en una consultora de recursos humanos) y que éstos querían saber si era posible que fuera en ese mismísimo momento hasta Palermo para otra entrevista.
Tratando de pensar rápido, haciendo cuentas de tiempo y buscando algo con qué tomar nota en las profundidades de mi bolso, le dije que sí. Pedí un papel al chico del mostrador y anoté la dirección de la otra oficina, en cuya dirección me mandé prácticamente corriendo en cuanto corté el teléfono.
Me tomé de nuevo el fiel 59, que siempre me lleva al destino que necesite, y cosa de media hora después entraba a un segundo edificio. La mujer que me entrevistaría en éste caso, rondaba los treinta y tantos, cuarenta, y tenía puesta una remera rosa con una imagen de Cenicienta. Me asombró su forma de evitar los condicionales a la hora de hablar, como por ejemplo: “lo que vas a estar haciendo” en lugar de “lo que estarías haciendo si empezaras a trabajar con nosotros”. Durante un buen rato me empezó a explicar algunos detalles del trabajo y, cuando me trajo algunos uniformes para que fuera viendo los talles, empecé a preguntarme si aquello sería algún tipo de señal.
Al rato llamó por teléfono a la chica de la consultora, que me pidió que volviera a Avenida Corrientes para firmar el contrato.
Todo pasó inusualmente rápido. Poco antes de las dos, estaba de nuevo en el primer edificio, con el bolso lleno de papeles explicativos, folletos, camisas con el logo de la empresa, el libro que jamás me puse a leer y boletos varios de colectivo. Al rato firmé el contrato y salí de nuevo a la vereda bañada en sol, todavía un poco aturdida por lo que había pasado, tan de golpe.
Me subí a la combi para volver a casa (la entrevista de Congreso, después de algunos momentos de meditación, la dejé de lado, porque un trabajo en el aeropuerto es un trabajo en el aeropuerto y dudo mucho que cualquier trabajo de Capital pueda igualarlo) con un dolor de cabeza terrible, famélica por la falta de desayuno y de almuerzo y los pies doloridos por haber corrido por media ciudad de Buenos Aires sobre los tacos, sin parar ni un segundo para sorber descuidadamente un latte. Pero tan satisfecha. Tan aliviada.
Mañana es mi primer día. Entro a las tres de la tarde (una hora más de lo que va a ser habitual, para poder aprender algunos gajes varios del oficio) y salgo a las nueve. Nunca me gustó anticiparme, pero tengo un buen presentimiento con esto.
Otro trabajo que sólo va a durar unos meses.
It’s the pattern of my life, diría Tom. You might stumble and come closer now, le contestaría yo.

¡A cruzar los dedos por el primer día!

L.-

lunes, 9 de agosto de 2010

. Under pressure y otros cuentos .

Hace ya unos días que debería haber escrito éste post, pero desde el jueves que todo viene pasando a una velocidad increíble.
Y hablando del jueves, empecemos por ahí.
Mi último día de estudio antes del examen. Estaba obviamente histérica, esperando con ansias mi última clase particular esa tarde para poder despejarme todas las dudas que quedaban que, lamentablemente, parecían ser demasiadas. Estaba por cambiarme para
salir rumbo a la casa de la profesora cuando el teléfono suena y mi mamá me pasa diciéndome que era precisamente ella. Se le ocurrió elegir el mejor día de todos para decirme que no me podía dar clases porque tenía otro compromiso. Entré en pánico y colapsé de nervios todo al mismo tiempo. Me tomé un café y agarré todos mis apuntes. No dejé de hacer ejercicios hasta las once de la noche, cuando la mano me latía de dolor y cansancio y decidí darme una ducha, despejarme, y dejar todo ahí. Que fuera lo que tenía que ser.
El viernes a la mañana volví a encontrarme en un pasillo lleno de púberes. Volví a sentirme más fuera de lugar de lo que me había sentido en toda mi vida. Estaba nerviosa, sí. pero otra vez la frase retumbando en mis oídos, casi susurrada, como si estuviera al l
ado mío, agarrándome la mano, inclinándose para decírmela: There’s no reason to be so nervous. Sí, Tim. De nuevo Tim. Siempre Tim.
Me senté frente a mi examen con mucha más confianza de la que había creído tener. Eran sólo dos ejercicios y sabía a rajatabla lo que tenía que hacer. Los hice. Prácticamente sin error alguno.
Poco menos de dos horas más tarde, salía del colegio con otro seis, otro aprobado y, ésta vez, con la satisfacción, el alivio, la incredulidad de tener mi título. De ya no ser la tarada de veintiún años que debe materias de la secundaria. Sabiendo que ahora tengo to
das las puertas abiertas y que si estaban cerradas era por mi propia testarudez y mis propios miedos absurdos.
Llegué a casa exhausta a más no poder y me metí adentro de mi pijam
a rosa. El pijama de la victoria.
Descansé sin excepción alguna hasta el sábado por la mañana. A las tres de la tarde se realizaba una nueva marcha por los perros de Neuquén y la verdad es que la vez a
nterior descubrí cuánto me gusta apoyar estas cosas, así que no tenía intención de faltar. Volví a agarrar mi cartel y salí al Obelisco. Llegamos a ser dos mil quinientas personas. Marchamos a la Casa Rosada y de ahí al Congreso. Se hicieron tres actos realmente conmovedores. Fue como estar en el lugar del mundo donde tengo que estar.
Éstas son algunas fotos que saqué de la marcha:

Después de todo esto, me tomé el subte hasta Caballito para pasar el fin de semana en la casa de Camila y Paula. Me dolían las piernas, la espalda y las manos pero no me importaba porque estaba contenta con lo bien que había salido todo.
Tuvimos una noche tranquila de pizza y película. Escuché la canción nueva de Keane de la cual me enamoré desde el primer acorde. Y otro domingo tranquilo de mate y Vlogbrothers.
Hoy me levanté tarde y acompañé a Camila a hacer algunos trámites entre frappés y delineados de un proyecto nuevo (ver proyecto aquí). Volví a casa igual que siempre: en un viaje largo que termina con la triste desilusión de vivir en el lugar donde menos quiero estar. Pero de puertas adentro, y sin ventanas cerca, me siento mucho más en casa.

L.-

martes, 3 de agosto de 2010

. De marchas y balances de ocho columnas .

Éste post va a ser una especie de potpurrí, dado que estos últimos días apenas he tenido tiempo de respirar, mucho menos de escribir en el blog.

Aunque parezca inusual, voy a ir de atrás para adelante.

Ayer fui al colegio. Empezaban las clases y necesitaba a toda costa saber cuándo rendía. Casi tengo un infarto al ver que mi prueba de SAC era hoy y la de Matemática el viernes. De más está decir que colapsé y no paré ni un segundo de hacer asientos, mayorizaciones, balances de ocho columnas, análisis de costos y presupuestos hasta que fueron las doce de la noche y caí rendida contra las almohadas, sabiendo que mis pobres neuronas habían alcanzado ya un límite.
Esta mañana me levanté mitad histérica, mitad bien. Por un lado, consi
dero que ésta es mi última oportunidad para sacarme éste desastre escolar de encima y, por otro, la frase de Tim Rice-Oxley (felizmente recordada por Paula en un mensaje de texto) retumbándome en la cabeza, como un sedante: “There’s no reason to be so nervous”.

Cuando llegué al colegio (no hay nada peor que volver a un lugar que no te regaló un puto instante de alegría), estaba incómoda y deseando que todo terminara de una vez por todas. Estar parada en un pasillo, esperando rodeada de pre-adolescentes te hace preguntarte qué carajo estás haciendo con tu vida. Tengo veintiún años. Ya estoy vieja para la secundaria.
Cuando te golpean esas dolorosas revelaciones referentes a la edad es
terrible. Es la primera vez que me siento vieja en mi vida. Y no creo que lo sea en absoluto, es sólo que me doy cuenta que hay lugares que ya no tienen que ver conmigo… y sigo teniendo que ir a ellos de todos modos por no haber hecho lo que debí en su momento. Genial.
Me concentré en la prueba sin pensar en nada más durante una hora y media. Como siempre, al llegar al maldito balance de ocho columnas, tenía una diferencia. Me faltaban setecientos pesos en algún lado y no lograba darme cuenta en dónde. Y entonces vi que había anotado mal el valor de una amortización acumulada. Lo arreglé, lo volví a sumar y, gloriosamente y como pocas veces me ha ocurrido, todo el ejercicio contable estaba impecablemente hecho. Maravilloso. Sin error alguno.
Lo entregué y esperé muchísimo más calmada a que lo corrigieran. Mi profesor siempre tuvo una onda excelente conmigo. Quizás porque siempre fui callada y presté atención, nunca le falté el respeto y fuera de lo dura que fui con los números desde que nací, fui una buena alumna. Dejó mi examen para lo último, porque siempre trata de darme una mano si me falta un poco para llegar al aprobado. Sólo que ésta ve no hizo falta y me plasmó un hermoso seis en mi hoja, me hizo firmar y me dijo que me podía ir.
Aprobé. No lo puedo creer. Estoy un pasito más cerca de terminar con esto que vengo arrastrando de hace cuatro años. Al fin. Ahora sólo me falta lo que considero va a ser un desenlace apocalíptico, cual Impacto Profundo, Armaggedon o El Día Después de Mañana: Matemáticas. O pasa un milagro o se acaba el mundo. No hay muchas más alternativas.

Y ahora retrocedo un poquitito hasta el fin de semana. El pasado domingo primero de agosto fui a la marcha nacional contra la ley para matar a los perros callejeros en Neuquén. La primera vez que voy a una marcha, pero definitivamente no la última.
Estar apoyando algo en lo que crees se siente mucho mejor de lo que jamás me había imaginado. Fui con el miedo de estar yo sola sentada en frente del Obelisco, pero llegué a una multitud de gente en la Plaza de la República, que con el correr de las horas alcanzó centenas y centenas. Muchos habían ido con sus perros, que ladraban con los aplausos, marchaban con carteles o remeras en las que se podían leer “No al maltrato animal”.
Hice un cartel para la ocasión, y aunque no me quedó muy lindo, se ve que a algunos les gustó porque le sacaron varias fotos:

Me acompañó Adrus con su novio, Facu. Las dos tenemos perros de la calle, así que supongo que de alguna manera estábamos tratando de defenderlos a ellos.
Todavía no me entra en la cabeza como puede existir gente tan despreciable que quiera quitarles la vida a otros seres vivos. Cada día que pasa me resiento más y más hacia la sociedad. Al fin y al cabo todo lo que está mal, está así porque nosotros lo causamos: la co
ntaminación, las guerras, la violencia… todo sale de las mentes humanas. Y ahora se la agarran con los pobres perros, los animales más dulces y buenos que existen. Es indignante.
Afortunadamente, se logró frenar la matanza que estaba programada para ayer, pero no se canceló definitivamente. Cada día tenemos que ser más y más voces para estos animales y para todos los otros que sufren sin parar en todas partes del mundo. Por eso éste próximo sábado se realiza una nueva marcha a nivel nacional e internacional en busca de borrar esta ley espantosa de nuestras vidas para siempre. Acá está el link de Facebook con los detalles de la marcha, para todos los que deseen asistir: http://www.facebook.com/event.php?eid=117434851639142&ref=mf . Una vez más, me voy bien firme al Obelisco, por mis perros y por todos los demás.

Algunas fotos de la marcha del pasado domingo:


L.-

domingo, 1 de agosto de 2010

. Family portrait .

Hoy recordé qué era exactamente lo que siempre tanto me jodió de las cenas / almuerzos familiares.
No es el hecho de ser el número impar en la mesa. No es escuchar a mi viejo contar chistes malísimos. No es sólo que hay de tres a cinco personas fumando simultáneamente y llenándome mis limpios y sanos pulmones de humo contaminante.
Es que siempre, en algún momento, alguien va a tirar un comentario que degrade cualquier cosa que a mi me interese, cualquier cosa que o haga, cualquier cosa que yo crea.
No me malinterpreten. Mi familia es maravillosa. Es sólo que mi mamá, por ejemplo, habla primero y piensa después.
Éstos son algunos ejemplos de frases que se han escapado de su boca, y de la de otros, a lo largo de los años:
- “¿Qué querés que haga? ¿Que la mate porque no salió como queríamos?”
- Mi hermano Gonzalo pregunta: “¿Y esa alianza, Laura?”. Mamá responde: “Pf, ni preguntes, es una pelotudez”.
- Fernando, mi hermano mayor, dice: “Nena, ¿vos para cuándo un novio? Si seguís así vas a tener cuarenta años y nada, eh”.
- “Mirá cómo te queda ese jean. Vas a tener que ir cerrando el buche”.
- “¿Qué tenés en el pelo? Estás horrible. ¿Vos te peinás o ni siquiera eso?”.

Y la frase de hoy, dicha entre risitas, nuevamente by my madre: “Y bueno… es una etapa, ya va a pasar”.
¿Ya va a pasar? ¿Qué soy? ¿Una pendeja de quince años con el capricho amoroso de cada semana? No, soy una persona ya adulta, por mucho que no lo parezca, que está empezando a adoptar ideologías y creencias propias, por muy difícil que les pueda parecer.
¿Por qué nunca entienden absolutamente nada de lo que yo hago? ¿Por qué todo ya va a pasar, o es molesto, o es estúpido, o les causa gracia? No estoy planteando mis planes para raptar a Tim Rice-Oxley y obligarlo a casarse conmigo. No estoy rumiando sobre estupideces al azar. Estoy hablando de cosas que para mí son importantes y todo lo que encuentro es una burla, una incomprensión, una mueca sarcástica.
No estoy pidiendo que compartan lo que pienso. Estoy pidiendo que por lo menos me tomen en serio. No creo que eso sea algo disparatado. Tengo veintiún años, soy totalmente capaz de hablar, fundamentar, debatir. ¿Pero qué caso tiene tratar de contarles mi punto de vista sobre un tema en particular si en menos de dos segundos me van a cambiar el curso de la conversación, como si estuviera hablando disparates? Hola, no soy mi prima la retardada, que tiene como treinta años y lo único que hace es hablar de sus dichosos dibujitos japoneses. Hasta a ella parecen prestarle más atención que a mí.

Me llevo bien con mis viejos, me llevo bien con mis hermanos. Nunca fueron malos padres, ni nunca hubo un ambiente familiar tenso. Pero siempre estuvo flotando en el aire esa sensación de que nunca llegué a alcanzar las expectativas que ellos tenían de mí. Soy bastante antisocial. A veces soy demasiado seria. Soy muy peculiar para mis gustos. Me aferro con convicción a las cosas en las que creo, a mis principios, a mi visión de lo correcto. ¿Está mal? ¿Se supone que tengo que ser un ente carcomido por la televisión, sin ideas propias para ser aceptada o, mínimamente, comprendida?
Quizás los padres en general no entienden a sus hijos. Quizás no aceptan el hecho de que crecemos, nos formamos, cambiamos, aprendemos, idealizamos. Quizás ellos nos siguen viendo como esas personitas chiquitas que sólo se preocupan por saber cómo sumar dos más dos y diferenciar las vocales de las consonantes.

No sé. Estoy indignada. No, decepcionada, más bien. No entiendo qué parte es la que les parece tan tonta. Soy una persona racional, me considero inteligente, me gusta reflexionar sobre las cosas antes de creerlas/abrazarlas. Nunca quemé mis neuronas en miles de noches de sábado alcoholizándome en boliches o cambiando de chicos con la misma frecuencia con la que me cambio una bombacha. Mis sábados a la noche pasaron mayormente entre libros, en tranquilidad. Si no estoy hueca por dentro… ¿por qué hacen parecer que sí?

L.-

viernes, 30 de julio de 2010

. Marcha contra la matanza de perros en Neuquén .

En la provincia de Neuquén se aprobó una ley que autoriza la matanza de perros callejeros, alegan que hay “superpoblación canina” y que los perros abandonados transmiten enfermedades. Hay muchísimas opciones para detener el flujo de perros abandonados en la calle, ya sea fundando refugios municipales, castrándolos y sobre todo, adoptando.
En el transcurso de ésta última semana doscientos veinte perros fueron asesinados gracias a esta ley. Para pedir que este horror pare y buscar nuevas soluciones, se va a realizar una marcha nacional éste domingo a las 15.30 en distintos puntos del país. Éste es el link de Facebook del evento para que todos puedan buscar la marcha más cercana a su localidad.
Yo voy a estar en el Obelisco y si alguien se me quiere unir, serán bienvenidos y seré feliz. Por favor, si no pueden asistir, sólo les pido que le pasen ésta información a todos los que conozcan. Cuántos más seamos, mejor.


¡Gracias!

“La pregunta no es si pueden razonar, tampoco si pueden hablar, si no, ¿pueden sufrir?” – Jeremy Bentham.


lunes, 19 de julio de 2010

. Día lluvioso, a.k.a. ¡buena suerte! .

Hoy tuve que ir a IBM. ¡Chan, chan, chaaaaaan!
Sí, señores, tuve que regresar muy a mi pesar a ese edificio donde tenía mucho miedo de quedarme encerrada y que no me dejaran salir y me obligaran a atender el teléfono.
La cuestión es que el viernes pasado me llamaron para decirme que, de una vez por todas, me iban a pagar lo que me debían. Salté de alegría cuando corté el teléfono y después de que se me pasara la euforia de “¡voy a poder pagar alguna deuda!” me di cuenta de que podía llegar a darse la posibilidad de toparme con Adrián, a.k.a El Indeseable, y empecé a rogarle a las fuerzas cósmicas que ya haya renunciado y no tener que cruzármelo en lo que sería un encuentro terriblemente incómodo y muy, muy, muy poco feliz (para no decir NO FELIZ).
Así que ésta mañana me levanté, después de un sueño en que me decían que mi liquidación contaba de treinta y nueve pesos con noventa y yo empezaba a cagar a puteadas al tipo de recursos humanos, me tomé el café sin el que no puedo vivir en estos días y partí cruzando los dedos a favor de dos pequeñas ilusiones: a) que la liquidación alcanzara al menos trescientos pesos y, b) pasar inadvertida ante los ojos de cualquier empleado conocido de IBM, en especial Adrián, a.k.a. El Pesado.
Tras un lluvioso recorrido por la ciudad, llego a la empresa. Subo al primer piso, tratando de no llamar mucho la atención ni de mirar a alguien que pudiera reconocerme y colgarse a hablarme (o, en otras palabras, joderme) y le digo a la recepcionista que había ido a cobrar. Como la entrada estaba llena a morir de almas a ser próximamente consumidas por el infierno de la compañía, a.k.a. Empleados Nuevos Esperando a Empezar el Training, me pidieron que esperara en el break room. De más está decir que creí que nunca, nunca, nunca, never iba a volver a tener que sentarme en esas mesitas, de ese lugar en particular, que no iba a volver a ver trainers conocidos yendo y viniendo y, todavía PEOR, ver al tarado de Mark, a.k.a. El Accent Trainer, pavoneándose como si fuera de California, cuando es más de Berazategui que otra cosa.
Habré estado ahí unos diez minutos (que se me hicieron diez horas) y después, cuando se desocupó la recepción, me mudé ahí donde no me parecía tan terrible, aunque miraba con cierto pavor la puerta cada vez que se abría. Después de otros diez o quince minutos, viene el gerente de recursos humanos, a.k.a. El Boludo Que No Quería Pagarme, con una pilita de papeles y me hace pasar a uno de los salones desocupados. Pone sobre la mesa los papeles y me indica que me siente; y mientras lo hacía le echo un vistazo al Señor Cheque, ése que estuve esperando con tantas ansias. Segurísima de que miré mal, o de que ése cheque no podía ser mío, o de que mi humilde cheque de treinta y nueve con noventa estaba más abajo, lo miro a él, esperando que me explique.
Y me da ese Señor Cheque, a la suma de mil novecientos un pesos con cuarenta centavos.
Estuve así, así de cerquita de subirme arriba de la mesa y ponerme a bailar la Macarena, principalmente por el hecho de que ésa es casi la suma a la que ascendían mis deudas.
Después del papeleo (firmé todo con la mano temblorosa, lo único que quería era cazar el cheque y salir corriendo a cambiarlo) y algunas formalidades varias, salgo a la calle, agarrando la cartera como si adentro llevara lo más preciado del mundo, a.k.a. Una Entrada a Un Recital de Keane, llamando a mi vieja a toda velocidad que el BlackBerry me permitía, con unas ganas de llorar tremendas porque de repente sentía como si hubiera perdido quince kilos de preocupaciones.
Corrí las seis cuadras hasta el Standard Bank de 9 de Julio como si me hubiesen dicho que estaba Tim Rice-Oxley usando el cajero. Estaba casi sin aire, mirando el numerito que tenía en la mano (B23), intercalado con la pantalla que anunciaba la caja. Vi cómo la chica del otro lado del vidrio me contaba uno por uno los billetes. Me puse impaciente porque quería meterlos en mi billetera. Aproveché para dejar ir en un sobre de un cajero novecientos pesos en concepto de tarjeta de crédito. Salí de ahí, caminando feliz bajo la lluvia y crucé hasta Sarmiento para tomar la combi de vuelta.
Cuando llegué a casa, mamá me esperaba con una pizza casera y panqueques de postre. Dormí una siesta tardía. Dormí libre de preocupaciones, como no había dormido en los últimos dos meses o más.
Me desperté feliz a jugar con Alaska.

Llevo años diciéndolo, pero cada vez lo creo más y más fervientemente. Los días de lluvia tengo muy buena suerte.
Quizás por eso empiece a necesitar que llueva más seguido. Y no pienso usar paraguas.

L.-

viernes, 16 de julio de 2010

. Looking for Alaska .

El título no quiere decir que me vaya a poner a hablar sobre el libro de John Green (salvo para una muy breve explicación, pero realmente va a ser breve). Éste posteo se trata de algo muy diferente.

En el día de ayer, una de las mañanas más frías de lo que va de este invierno, mi mamá llega de hacer las compras y me dice que en la puerta del almacén habían abandonado tres perritos. Uno había desaparecido, otro lo había agarrado una señora de un negocio y la última estaba sentada en el sol, temblando, mirando para todos lados, muertísima de frío. Mamá me mira con pena. Sin dudarlo un segundo, le digo: ¿La vas a buscar vos o la voy a buscar yo?
Y un ratito después, llegó Alaska. Bautizada así mitad por el libro de John Green, mitad por haber aparecido en un clima más que helado, con los ojitos al principio tristes y ahora mucho mas felices, se instaló sin oposición alguna en una cajita en nuestro garage. Con mamá notamos que le escaseaba bastante pelo en distintas partes de su cuerpito falto de alimento, y con el temor de que pudiera ser una sarna en sus etapas tempranas, ésta mañana la llevamos a la veterinaria, con la intención de ayudarla a ella y de prevenir, a su vez, que nuestros otros cuatro perros se pesquen alguna enfermedad gratuitamente.
Pero Alaska está perfecta. La falta de pelo se debe, como era de esperarse, al abandono, a la necesidad de poner comida en su pancita. Con una vacuna, bastante amor y algunos platos repletos de balanceado y leche, va a estar como nueva en unos pocos días. Y entonces Alaska va a necesitar una casita nueva.
Lamentablemente y por mucho que me pese, no estamos en condiciones de tener cinco perros más una gata, por lo que Alaska está en adopción RESPONSABLE. Quién tenga un corazón lo suficientemente grande para brindarle todo el cariño que necesita (y merece), me lo hace saber en los comentarios así nos ponemos en contacto. Si no es posible que alguno de ustedes (si es que queda alguien por ahí) la adopte, pido por favor que me ayuden a difundir. Acá la tienen siendo absolutamente adorable:


Todos los días cuando salgo a la calle veo más y más perros abandonados. Todos los días en internet, en la televisión, escucho sobre nuevos casos de maltrato animal. Se me estruja el corazón de dolor por no poder apaciguar el sufrimiento de esos pobres bichitos que no tienen la culpa de que los seres humanos sean unos verdaderos (y el calificativo es adecuado así que no voy a pedir disculpas) hijos de puta. ¿Quién puede abandonar tres cachorros a su suerte con éste frío, en un barrio donde los perros son simples cosas que la gente tiene en sus casas y no les dedica cuidado? ¿Quién puede apalear a un gatito bebé hasta que no queda más que un pobre estropajo peludo bajo la lluvia? ¿Quién puede sobrecargar a un caballo con más y más peso, hasta que el pobre animal no pueda más ni con su alma y encima tenga que soportar que le peguen para que vaya más rápido?
Todos los días veo estas cosas y me muero de rabia e indignación. Y protesto, miro mal a los responsables y espero que se den cuenta de sus errores. ¿Pero cómo les van a importar sus mascotas cuando ni siquiera tratan bien a sus propios hijos?

Me siento impotente por no ayudar como quisiera. Y aunque mi viejo se queje, se ponga de mal humor y bufe cada vez que con mamá traemos un animalito, no me interesa. Yo los voy a seguir trayendo, los voy a seguir curando y les voy a seguir buscando un lugar donde los quieran si yo no me los puedo quedar. Porque cuanto más conozco a las personas, más quiero a los animales. Porque como ellos no tienen voces, alguien tiene que hablar en su lugar.
Un animal no es un juguete, un accesorio, un adorno para el jardín de la casa. No es una herramienta de trabajo ni un guardia de seguridad. Si vamos al caso, tampoco son comida, abrigos y zapatos. Son seres vivos. Respiran. Aman. Sufren. Como nosotros, pero muchas veces peor. La sociedad tiene que empezar a darse cuenta de que no podemos disponer de todo lo que existe en el mundo como si fuera de nuestra propiedad. La sociedad tiene que empezar a concientizarse y abrir los ojos a la realidad de que cada mañana cuando nos levantamos, estamos equivocados.

Y si algún día, alguno de ustedes (¿hola?) quiere tener una mascota, tengan en cuenta todo eso. No quieran un perro porque es lindo. No gasten ochocientos pesos en un negocio cuando hay refugios superpoblados de perros que necesitan un hogar, o centros de zoonosis (el mismísimo infierno en vida para cualquier animal) repletos de pobres bichitos que de a poco se van muriendo, si no es por desnutrición, por maltrato o alguna enfermedad, por pura tristeza. Si querés una mascota, no compres. Adoptá. Vas a ver que nadie te va a querer tanto, ni te va a agradecer tanto todos los días, como ese perrito, o ese gatito al que le diste una segunda oportunidad.

L.-

martes, 6 de julio de 2010

. Frustration II .


Espero que ésta sea la última vez que tenga que escribir al respecto porque la irritación que tengo ya alcanzó un nivel, en palabras de Tom, MASSIVE.
Hoy (siendo el comienzo del día seis de julio, cuando escribo esto, quizás debería decir ayer) recibí tres, TRES, mails de Adrián.
Ni siquiera sé por donde empezar. Lo estoy hablando con Oli por MSN y lo único que podemos analizar es el grado de enfermedad que presenta este chico.
El primer mail llegó hacia las dos y pico de la tarde. ¿La razón? Me recomendó para un trabajo tipo call center, que según él no lo es, pero en fin. O sea… gracias, pero, ¿por qué te metes? ¿Qué carajo sabes qué estoy haciendo de mi vida? Y, aparentemente, sí sabía. Por lo que decía su mail, entendí que, de alguna parte, estaba recibiendo información mía. Me empecé a preguntar de dónde mierda la estaría sacando, dado que corté todo tipo de comunicación con gente que pudiera linkearme con él. Tengo que decir que eso resultó un poco creepy.
Decidí no responder. Más que nada porque sabía, conociéndolo, que eso derivaría en un mail más de respuesta y después otro y así. Ya me pasó antes.
Dos horas más tarde, llega el segundo: Recibiste el mail que te mandé, Lau?
Mi irritación aumentó. Me descargué un poco en twitter, como venía haciendo a lo largo del día, y seguí buscando un regalo de cumpleaños para mi hermano con mi mamá.
Y, hace un par de horas, estando en la casa de mi hermano precisamente por su cumpleaños, me llega el tercer mail, titulado “tristeza”. Mientras lo abría ya me imaginaba, con el BlackBerry escondido debajo de la mesa, el lloriqueo acostumbrado de está bien, no te jodo más, yo solo quería saber como estabas. Que, de hecho, estaba. Pero no sólo eso.
Estuvo leyendo mi twitter, es decir, todas mis descargas a lo largo del día, entre ellas You’re so pathetic, that’s why you’re single (sos tan patético, por eso estás soltero). Está bien, quizás yo soy un poco forra diciendo esas cosas… ¿pero qué mierda iba yo a saber que el tipo me está trackeando por todos lados? Cuando le dije CLARAMENTE, meses atrás, que no quería hablar más con él ni tener ninguna clase de contacto, creí que eso era suficiente para dar el tema por zanjado. Pero NO. A eso le siguieron, contando los de hoy, como cinco o seis mails más.
Estoy tan histérica que no sé ni qué escribo. No puedo creer que alguien sea tan pesado. Está bien, como dice Paula, él no me hizo nada grave como para ponerme de ésta manera, pero lo más probable es que mis reacciones se basen en mis propios traumas, de haber actuado en contra de mi naturaleza, haber hecho cosas que en realidad no quería hacer, haber sido tan infiel a mí misma como lo fui. Haber pasado casi seis meses siendo alguien que no era capaz de reconocer. Es algo que no me voy a perdonar nunca. Haber tomado decisiones por las razones equivocadas, haberme obligado a querer algo que jamás iba a ser para mí.
En fin, me estoy yendo de tema. La cuestión es que su mail, dramático como de costumbre, estaba cargado de frases como: “me duele seguir pensando en alguien que no lo merece”, “yo lo único que hice mal fue amarte”, “mi salud es un desastre y mi mente está quemada”, o “hacé de cuenta que estoy muerto, vos para mí ya lo estás”. Esto sólo me lleva a lo mismo de siempre, pensar que es un fatalista egocéntrico, como lo fue desde el primer momento en que lo conocí.
Y sí, egocéntrico, a pesar de que por ahí se me puede acusar de que soy yo la que está actuando bitchy ahora (y en cierta manera, siempre lo fui un poquito). Todo siempre se trató de él. Él y su año de mierda. Él y sus tristezas. Él y sus fracasos. Él y sus anécdotas. Él y sus amigos. Él, él, él. Traerlo a comer a casa era una tortura: toda mi familia sentada incómoda a la mesa, mientras él no paraba de hablar o cortaba los comentarios de otras personas para contar sus propias experiencias. Cuando cortamos, mi hermano me dijo “no sé cómo lo aguantabas, no paraba de hablar”. La verdad, no sé. Muchas veces en la oscuridad de la noche, cuando me voy a dormir, todavía me pregunto en qué estaba pensando.
¡Cuántas ganas de responderle que tengo ahora! Pero sé que eso sólo acarrearía más quilombos y más mails y no tengo ganas. Principalmente porque aquello que tengo para decir son los siguientes ítems:

1) Está bien, yo puedo estar siendo un poco dura, pero no tenes idea lo que es tener que soportarte.
2) Quizás está bueno que, si lo que querés de una relación es atención, vos también lo prodigues. Una relación se basa en cosas mutuas, no en cubrir las necesidades de uno solo.
3) No podés ser tan terriblemente depresivo y fatalista. Todo el mundo pasa por un montón de mierda en su vida, pero si todos lloriqueáramos como vos, sería mejor meter la cabeza debajo de la almohada y rendirse al fin del universo, porque es imposible ser optimista así.
4) Si no te contesto un mail es por una de dos razones: o bien no quiero, o bien no tengo nada agradable que decirte. De cualquier manera, lo mejor es que no insistas, porque si me hinchas las pelotas, las respuestas te van a gustar todavía menos que un silencio.
5) Que stalkees a alguien es absolutamente perturbador, lo cual se añade a la larga lista de cosas QUE NO TENÉS QUE HACER CON LAS MUJERES.
6) Capaz si te hubieses quedado un poquitititito callado me hubieses conocido más y no te hubieras sorprendido tanto ahora con algunas cosas que quizás estás descubriendo.
7) NUNCA me gustó que me cantaran. Me parece patético, incómodo y aburrido. Y se siente taaaaan bien decirlo.
8) Que me dedicaras canciones quizás no estaba tan mal. Que eligieras las que yo te tenía que dedicar a vos era simplemente lastimoso.
9) Perdoná si alguna vez te hice creer que podíamos estar toda la vida juntos. Pero siempre fui una persona hecha para estar sola, me gusta estar sola y simplemente quise averiguar si algo más normal podía ser para mí. Aprendí de una que no.
10) Te ruego de rodillas que no vuelvas a nombrar a Tim nunca más. Jamás. Por favor.

Después de esto me siento un poquito mejor. Ni siquiera sé si todo lo que escribí tiene coherencia alguna. Son las dos de la mañana y lo único que hago es golpear los dedos contra el teclado para sacar la mayor parte de frustración posible de adentro.

Y sí, tal vez esté siendo increíblemente mala con este asunto. Pero desde que terminé con él, no hay un solo día en que haya podido evitar pensar en los meses que estuvimos juntos. Ningún recuerdo me resulta grato. Ninguno. Y a veces me dan ganas de darme la cabeza con fuerzas contra la pared, a ver si me da una contusión y se me borran algunos. Sería más fácil.

Me vuelvo a mi mundo de fantasías. Espero que no haya más interrupciones.

L.-

PD: A éstas alturas que el mismísimo Adrián lea esto me parece posible. Si es así, perdón por la crudeza, pero vos una vez me pediste sinceridad, y acá la tenés en su estado más puro. Espero que mis palabras, quizás dichas en la manera de la más dura crítica, te sirvan de algo en relaciones futuras. Disculpá la desilusión que te di, pero me cambiaste demasiado y odié en lo que me convertí. Que te vaya bien y ¡hasta nunca!

jueves, 1 de julio de 2010

. Hiding in my tree .

Cuando estoy desempleada tengo un patrón de conducta. Al no tener nada que hacer voy anidando en una rutina cada vez más monótona. Y cualquier cosa que altere esa rutina, por pequeña que sea, me va sacando de quicio.

Un ejemplo sería que me desacostumbro a interactuar socialmente. Esto funciona de la siguiente manera: no trabajo, por lo tanto dejo de conocer personas nuevas; como a su vez me quedo sin sueldo y tengo que recortar gastos cada vez salgo menos; al no poder pagar ni siquiera el boleto del tren, casi no veo a mis amigos – ¡hace meses que no veo a nadie! -; ergo, la única persona que veo regularmente y con la que interactúo es mi mamá, o día por medio con mi papá.
Esta tarde vino mi hermano a buscar unas cosas que necesitaba para trabajar. Como siempre que llega alguien, mis cuatro perros hacen un escándalo de aquellos y, por lo tanto, mi hermosa siesta se vio interrumpida (sí, duermo la siesta, ¿qué se supone que haga durante TODO el día?). Me levanté, me serví algo para merendar y me senté en el comedor. Y entonces lo empecé a notar.

Fastidio. Pero un fastidio profundo. Ruidos a los que me desacostumbré, idas y venidas, cosas que se mueven de lugar. Y una vez que mi hermano se fue, mi papá se sentó a ver la televisión a un volumen insano, algún programa deportivo de esos que son conducidos por personas con menos cerebro que una ameba.
Me encerré en mi pequeño mundo privado, como termino haciendo siempre que algo me molesta. Abrazada a mi BlackBerry como si fuera un salvavidas me puse a chatear (Ema y Cami, no sé qué haría sin ellos), en un mínimo intento de socialización, al menos digital. Pero cuenta. Creo.

Es agotador. No hacer nada conlleva un esfuerzo mental insoportable. Quizás el cuerpo está descansado, pero la cabeza zumba como loca. Por eso cuando tengo una entrevista de trabajo o una salida inesperada me pongo un poco histérica. No sé cómo arrancar. No sé cómo manejarme.
Otro ejemplo. Hace semanas que sé que a las once de la mañana hay un partido y a las tres y media de la tarde hay otro. Ayer y hoy el Mundial tuvo una pausa. Y enloquecí. No sabía que hacer. Di vueltas todo el tiempo. Para colmo esto fue acompañado con el hecho de que TODAS las series que veo ya llegaron a su final de temporada, así que por ese lado tampoco hay con qué tapar los agujeros.
Lo único nuevo que estoy haciendo es ir a clases particulares dos veces por semana. Quizás eso me ayude a despertarme de a poquito. O quizás se haga un milagro en mi vida y sufra algún cambio radical, o encuentre algún camino por el que deambular menos recto, con más zigzag, más impredecible, más divertido.

Lo peor de todo es que si no fuera por el bajón económico, quizás no me molestaría estar escondida en mi propio universo. Saldría más seguido, sí, pero no me agobiaría pensando en que no tengo trabajo, todo me importaría un comino y me quedaría en casa, menos estrangulada, pero en el mismo pequeño pozo en el que estoy ahora.
Supongo que en cierta manera no puedo evitar sentirme cómoda entre mis cosas, segura, mediocremente feliz. Tengo (casi) todo lo que necesito: un estante lleno de libros, una computadora en la que puedo escribir, comida en la cocina y alguien con quien hablar.
Pero, ¿hasta cuando puede un ser humano sobrevivir así, privándose de la vida? ¿Cuánto te podes esconder hasta que los ruidos te alcancen?
O tal vez sea otra irrefutable indirecta de que soy una persona que sirve para estar sola.

Y por ahora no me quejo.

L.-

lunes, 28 de junio de 2010

. Paper Towns .

Raramente me siento a hacer reviews de libros. Principalmente porque no tengo memoria y, muchas veces, para no ensuciar libros decentes con mis dudosas críticas. Sin embargo, uno de los últimos que tuve en mis manos resultó ser de esos que terminan siendo life changing.
Estoy hablando de Paper Towns, de John Green, a quien descubrí felizmente gracias a Camila. Ella, por su parte, lo descubrió a través del canal de YouTube que John tiene con su hermano Hank. Juntos forman los Vlogbrothers (recomiendo que los chusmeen por ahí, porque son increíbles) y a su vez crearon a los Nerdfighters, que vendrían a ser también todas las personas que los siguen. Un grupo de defensa de nerds, si se quiere.

Sin embargo, no es Nerdfighters lo que nos compete ahora, así que lo vamos a dejar de lado para discutir las maravillas de Paper Towns. Voy a tratar de no arruinar demasiados detalles, y así animarlos a que todos traten de conseguir una copia propia.
Como el libro no se publicó en Argentina, Camila lo compró en inglés y se lo enviaron por correo desde Estados Unidos. Siempre me opuse a leer libros en inglés, no porque no entienda, si no porque en materia literaria siempre me pareció mucho más rico leerlo en español/castellano. (Y odio que no usen guiones de diálogo, sino comillas. Me confunde y me frustra). Pero con éste no me importó. Porque desde el principio la forma de relatar de John me atrapó, me intrigó y, sí, tengo que ser drástica, me enamoró.

Lo que por la contratapa puede parecer una típica historia hollywoodense de adolescentes, vecinos, que se criaron juntos, van a la misma escuela, ella popular, él marginado… termina siendo en realidad la cubierta de una historia profunda, excelentemente escrita y que al final te deja con un gustito agridulce al ir descubriéndote (o al menos me pasó a mí) en los distintos personajes que van acompañando la trama.
Porque durante años, después de un incidente en el principio, Margo y Quentin (los protagonistas) se distancian. Y él la ama, incondicionalmente. Ama a Margo Roth Spiegelman… o a la idea que tiene de ella. Porque durante el tiempo que pasaron separados, Qu
entin no sabe si ella es la misma persona que él cree que es, si es un personaje, si es una mera ilusión. Pero la ama. Porque siente que la conoce, porque está seguro de que la conoce. Y, (acá Camila va a empezar a odiar como ensucio el libro con mis comentarios), irrefutablemente, es ahí donde me empecé a sentir identificada. En el hecho de amar a alguien creyendo fervientemente en que conocemos exactamente como es cuando en realidad lo más probable es que no tenemos ni idea.
Todo el libro traza un camino en el que Quentin trata de rescatar a la Margo que está tan convencido que conoce. Y cada recodo de ese camino, a cada vuelta de página, hace que no quieras parar ni siquiera a tomar un poco de aire. Querés seguir an
dando y ver a donde te lleva.

No quiero seguir diciendo cosas aleatorias, porque sé que jamás le voy a hacer justicia a la historia realmente. Pero acá van, para aquellos que puedan interesarse y para que tengan una noción de lo que estoy hablando, algunas citas del libro (traducidas pobremente al castellano por mí):

De la manera en que yo lo veo, todo el mundo consigue un milagro. Como que, yo quizás nunca sea golpeado por un rayo, o ganaré un premio Nobel, o me convertiré en el dictador de una pequeña nación en las islas del Pacífico, o contraeré cáncer terminal de oído. Pero si consideras todas esas cosas improbables, al menos una de ellas probablemente le sucedan a cada uno de nosotros. Podría haber visto llover ranas. Podría haber pisado Marte. Podría haber sido comido por una ballena. Podría haberme casado con la Reina de Inglaterra o haber sobrevivido meses en el mar. Pero mi milagro fue diferente. Mi milagro fue este: de todas las casas en todas las subdivisiones en toda Florida, terminé viviendo al lado de Margo Roth Spiegelman.”

Para siempre está compuesto de ahoras”.

¿No es que también, en algún nivel fundamental, no es difícil entender que otras personas son seres humanos de la misma manera que lo somos nosotros? Los idealizamos como a dioses o los despreciamos como a animales.

Eso siempre me pareció tan ridículo, que la gente quiera estar con alguien porque es bonita. Es como elegir el cereal del desayuno basándote en el color en lugar del gusto.

Nada importaba tanto, ni las cosas buenas ni las malas. Estábamos en el negocio del mutuo entretenimiento, y éramos razonablemente prósperos.

Era agradable – en la oscuridad y el silencio… y sus ojos mirándome, como si hubiese algo en mí digno de ser mirado”.

John Green, autor de Paper Towns.


L.-

martes, 22 de junio de 2010

. Frustration .

No tenía pensando ningún post para esta noche. La verdad es que estuve concentrándome en ‘Love is the End’ (actualmente siendo posteada en http://keanefics.com.ar) y… bueno, sí, estuve perdiendo tiempo mirando fútbol, así que mis ideas para este blog fueron relegadas al fondo de mi cabeza.
Hasta hace cinco minutos cuando recibí un mail de Adrián, a partir de ahora, denominado el exnovioquenotienedignidadysiguearrastrandose.
Quizás muchas personas dirían que tengo que sentirme halagada de que haya un tipo por ahí que no se puede olvidar de mí, o que no puede vivir sin mí o… no sé, whatever crap you may say. No sé si las cosas serán de esa manera o no. Pero no quiero. No me importa. ¡Lalalala, no te escucho!

Voy a ser absolutamente sincera (iba a hacer un post bien desarrollado sobre esto, pero realmente tengo la necesidad de decir todo esto AHORA). De todas las cosas de las que me arrepiento (sin repetir y sin soplar, preparados, listos ¡YA!: no aguantar unos cinco meses insignificantes y dejar el colegio, no rendir las materias cuando dije que lo iba a hacer, no cumplir las promesas que me hice a mí misma, no preocuparme antes por las cosas que ahora me complican la vida, no haber sabido elegir a mis amistades, no haber sabido aprovechar trabajos como debí, haberme ido del Hotel Faena cuarenta y cinco minutos antes de que saliera Richard a firmar, derrochar y derrochar aún sabiendo lo difícil que se me iba a hacer después, haber cenado en el Hyatt mientras Tim estaba en la puerta con un grupo de cinco personas - lo que me lleva a decir que me arrepiento de no haber subido al bar donde estaba cinco minutos antes de darme cuenta que lo había perdido - , no haber ido a ver a Travis en el 2007, no haberle prestado atención a Pushing Daisies a tiempo para conocer a Lee Pace cuando vino a Buenos Aires, no haberme despedido mejor de algunas personas que ya no van a ser parte de mi vida, no haber pegado unas cuantas piñas cuando fue necesario, quedar en ridículo cuando lo que en realidad quería era mostrarme indiferente, haber comido animales durante veintiún años de mi vida, dejar el gimnasio, no haber abrazado a Tom para que otros tuvieran su chance con él, no haber ido al recital de los Backstreet Boys en Boca Juniors en 1998, no invertir en una computadora nueva cuando podía hacerlo, haber leído La Invención de Morel, dejar que la coreana del supermercado de acá a cinco cuadras me gritara cuando le pregunté donde estaba el edulcorante en polvo, no haberle hecho un cumpleaños decente a Tim este año, no haber donado plata a Greenpeace cuando tenía la posibilidad, acumular durante DECADAS bolsas de plástico que ahora dañan al medioambiente), de TODAS esas cosas, no hay una de la que me arrepiento más que de haber malgastado seis meses de mi vida con alguien que: a) no me gustaba; b) me aburría; c) me hinchaba las pelotas; d) me parecía menos interesante que contar las agujas en el alfiletero de mamá.

No quiero que me mande mails. No quiero que se arrastre. Quiero que me deje en paz. Quedé absolutamente traumada después de esa relación AL PEDO. Para lo único para lo que me sirvió es para darme cuenta que prefiero ser impar en los almuerzos del domingo.

L.-