No hay nada como ir a trabajar y que te reciban un montón de aviones hermosamente alineados, listos para volar. Creo que ésa es una de las cosas que siempre me gustaron de trabajar en el aeropuerto: que sentís que estás en un lugar en el que no hay fronteras. Es como si no estuviera en Argentina. Estoy en la parte del mundo a la que pertenece la persona con la cual voy interactuando a lo largo del día.
Cuando me voy, me pregunto cuándo será mi turno de volver a entrar al aeropuerto, pero no para trabajar, si no para poder volar yo también.
El sábado llegué cinco minutos antes. No estaba nerviosa. Estaba donde quería estar. Las dos chicas del stand son sumamente agradables y pegamos onda enseguida. El trabajo es bastante simple: se trata de retribuir los impuestos por la compra de productos nacionales a turistas extranjeros. Sólo eso. Requiere muchísima atención para no cometer errores, pero fuera de eso es bastante relajado.
Éstos dos últimos días estuve llegando media hora antes (tengo muy mal cálculo de los horarios de los colectivos) y hoy necesité de toda mi fuerza de voluntad para vestirme y salir camino al aeropuerto. No porque no me guste el laburo, porque hasta ahora tengo que decir que me encanta. Simplemente tengo una gripe demasiado insoportable para poder ser feliz.
Pero fuera de lo mucho que me dolía la garganta y lo frustrante que me resultaba repetirles TODO a los brasileros que exigían que levantara la voz mientras mis ganglios se hinchaban en concordancia, admito que lo disfruto. Me gusta. No hay nada como hablar con alguien de otro país. Abrir un pasaporte, tener un boarding pass en la mano. El tránsito de valijas, la variedad de acentos. La Coca-Cola de diez pesos, los chocolates importados que jamás compré. Gente que recibe amigos. Gente que despide familiares. Aviones que despegan.
Otra cosa que me hace excepcionalmente feliz de éste trabajo es el horario. Tengo tiempo para todo. Ésta mañana, por ejemplo, tuve todo el tiempo del mundo de levantarme, lamentarme por mi gripe, terminar de leer un libro (ver crítica del libro aquí), darme una ducha, terminar de escribir un capítulo para KeaneFics, almorzar con mamá, jugar una partida de solitario, jugar con Alaska, besar a Frodo, cambiarme y salir.
Y ayer domingo, además, tuve tiempo de pasar la mañana en el Refugio San Nicolás, donde hice mi primer día como voluntaria. Tengo que decir que por ser el primer día no hice la gran cosa. Mi gran tarea fue impartir mimos a cuanto perrito se me acercara y dejar que me fueran conociendo. Hay perritos de tres patitas. Hay algunos que están parcialmente ciegos o parcialmente paralíticos. Hay otros que tuvieron accidentes horribles y se recuperaron. Hay algunos que salieron de zoonosis de Lomas de Zamora en un estado deplorable y ahora están terriblemente felices. Y todos, todos ellos buscan un hogar.
Acá hay algunos de los tantos perritos de los cuales ayer me enamoré:
Negrita, una viejita llena de canas súper pancha que le encanta que le rasquen la cabecita.
Rabonita, una saltarina de aquellas. Algunos hijos de puta la tajearon con algo filoso y tiene uno de sus lados lleno de cicatrices.
Y ésta es Maite, la gorda hermosa de la que me colgué casi toda la mañana. Es amorosísima y muy mimosa. Amor a primera vista.
Estando ahí en el refugio, uno ve en primer plano la vida difícil de muchísimos animales. Es ahí cuando realmente te golpea el hecho de que hay muchos buenos perros o gatos buscando un hogar donde le puedan dar amor. Por eso es tan importante adoptar mascotas en lugar de comprarlas. Hay muchos esperando una segunda oportunidad, pero no hay gente suficiente con las ganas de otorgarla.
¡Si fuera por mí me los traigo a todos!
L.-