Hace ya unos días que debería haber escrito éste post, pero desde el jueves que todo viene pasando a una velocidad increíble.
Y hablando del jueves, empecemos por ahí.
Mi último día de estudio antes del examen. Estaba obviamente histérica, esperando con ansias mi última clase particular esa tarde para poder despejarme todas las dudas que quedaban que, lamentablemente, parecían ser demasiadas. Estaba por cambiarme para salir rumbo a la casa de la profesora cuando el teléfono suena y mi mamá me pasa diciéndome que era precisamente ella. Se le ocurrió elegir el mejor día de todos para decirme que no me podía dar clases porque tenía otro compromiso. Entré en pánico y colapsé de nervios todo al mismo tiempo. Me tomé un café y agarré todos mis apuntes. No dejé de hacer ejercicios hasta las once de la noche, cuando la mano me latía de dolor y cansancio y decidí darme una ducha, despejarme, y dejar todo ahí. Que fuera lo que tenía que ser.
El viernes a la mañana volví a encontrarme en un pasillo lleno de púberes. Volví a sentirme más fuera de lugar de lo que me había sentido en toda mi vida. Estaba nerviosa, sí. pero otra vez la frase retumbando en mis oídos, casi susurrada, como si estuviera al lado mío, agarrándome la mano, inclinándose para decírmela: There’s no reason to be so nervous. Sí, Tim. De nuevo Tim. Siempre Tim.
Me senté frente a mi examen con mucha más confianza de la que había creído tener. Eran sólo dos ejercicios y sabía a rajatabla lo que tenía que hacer. Los hice. Prácticamente sin error alguno.
Poco menos de dos horas más tarde, salía del colegio con otro seis, otro aprobado y, ésta vez, con la satisfacción, el alivio, la incredulidad de tener mi título. De ya no ser la tarada de veintiún años que debe materias de la secundaria. Sabiendo que ahora tengo todas las puertas abiertas y que si estaban cerradas era por mi propia testarudez y mis propios miedos absurdos.
Llegué a casa exhausta a más no poder y me metí adentro de mi pijama rosa. El pijama de la victoria.
Descansé sin excepción alguna hasta el sábado por la mañana. A las tres de la tarde se realizaba una nueva marcha por los perros de Neuquén y la verdad es que la vez anterior descubrí cuánto me gusta apoyar estas cosas, así que no tenía intención de faltar. Volví a agarrar mi cartel y salí al Obelisco. Llegamos a ser dos mil quinientas personas. Marchamos a la Casa Rosada y de ahí al Congreso. Se hicieron tres actos realmente conmovedores. Fue como estar en el lugar del mundo donde tengo que estar.
Éstas son algunas fotos que saqué de la marcha:
Después de todo esto, me tomé el subte hasta Caballito para pasar el fin de semana en la casa de Camila y Paula. Me dolían las piernas, la espalda y las manos pero no me importaba porque estaba contenta con lo bien que había salido todo.
Tuvimos una noche tranquila de pizza y película. Escuché la canción nueva de Keane de la cual me enamoré desde el primer acorde. Y otro domingo tranquilo de mate y Vlogbrothers.
Hoy me levanté tarde y acompañé a Camila a hacer algunos trámites entre frappés y delineados de un proyecto nuevo (ver proyecto aquí). Volví a casa igual que siempre: en un viaje largo que termina con la triste desilusión de vivir en el lugar donde menos quiero estar. Pero de puertas adentro, y sin ventanas cerca, me siento mucho más en casa.
L.-
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