Hasta ahora las únicas cosas que había cocinado eran meramente dulces, tortas, galletitas, cosas simples… y el otro día me enfrenté a uno de mis más estúpidos temores: el aceite hirviendo. Pero cuando me senté a la mesa, con mis milanesas de pollo y mi puré de papas, me sentía tan absurdamente feliz y tan obviamente avergonzada de haber hecho un escándalo al respecto, que me dije que no tenía por qué seguir restringiéndome ninguna de las otras cosas.
Y hasta ahora, viene funcionando más que bien. La casa está limpia, la gata, los perros y yo bien alimentados, no quemé ninguna olla y las plantas no se marchitaron.
No está nada mal no sentirse una inútil, para variar.
En segundo lugar, hoy estaba mirando una película. Toda mi vida vi las películas con ojos vidriosos, envidiando a la pareja detrás de la pantalla, admirando su capacidad de amar, de entregarse al otro, de ser feliz, de encontrar en otro ser humano alguien compatible, posible, con quien compartir un momento, un día, semanas, años.
Y hoy, inesperadamente, me encontré libre de esa envidia. Me encontré incapaz de desear lo que esos personajes tenían porque, de una puta vez, yo también lo tengo. Tengo alguien que muere de ganas de salir del trabajo para venir corriendo a casa y abrazarme. Alguien a quien le puedo preparar una cena romántica, con velas y todo. Alguien que con sólo mirarme me hace sentir más linda de lo que me sentí en toda mi vida. Alguien que me da confianza y que borra la vergüenza con besos. Alguien que me entiende, me escucha, me aprecia. Alguien que ve lo que los demás ignoran.
Y hoy, a pesar de todos los demás quilombos que me puedan llegar a agobiar, me di cuenta que soy feliz. A mi manera quizás intermitente, pero feliz. Que estoy satisfecha con la relación que estoy construyendo y que tal vez esa especie de break que nos tomamos ayudó a fortalecer eso, creó la necesidad que hacía falta, creó esa sensación de anhelo mutuo. También pienso que en cierta manera despertó al hombre que tenía al lado, que decidió modificar cosas para mejorar lo que teníamos, que se propuso hacerme feliz a toda costa y lo consiguió nada más que estando al lado mío justo cuando lo preciso. El hombre que me abraza muy fuerte y con el que no puedo dejar de hablar en todo el día, sea por el medio que sea.
No me explico cómo todo eso cambió en tan pocos días. No sé por qué donde antes parecía no haber nada, ahora está todo lo que tenía que haber y todavía más… pero no puedo quejarme. Se siente magníficamente bien.
Me pregunto qué otros cambios estarán por venir…
L.
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