jueves, 8 de abril de 2010

. Stop for a minute .

Llevo días sin tocar una sola tecla, sin llenar poco a poco las hojas en blanco del Word, sin dejarme envolver por la maravillosa sensación que me invade cuando escribo. No puedo. No me sale.
No sólo dejé vacío ésta especie de diario donde voy posteando experiencias diarias de mi vida, sino que tampoco pude volver a tocar la historia en la que estoy trabajando hace meses. Lástima que justo me fui a bloquear en el capítulo final. Sé de dos o tres personas que tienen ganas de matarme.
Estas últimas semanas, si bien no se vieron agitadas por actividad alguna, volaron. Se fueron. No me dieron tiempo a nada. Parece que alguien le hubiese puesto un motor v8 a los relojes. No tengo tiempo suficiente para asimilar nada, aunque la verdad no me pasó nada interesante.
Haber dejado el trabajo que me agobiaba mental y emocionalmente me trajo muchísima paz. Cierta felicidad incluso. Una gran cantidad de momentos de puro ocio. Tuve la ocasión de devorar un par de libros (unos mejores que otros); criticar a piacere las nuevas canciones de Keane; limpiar mi habitación, reacomodarla, revivirla; saltar con ideas irrealizables; plantearme una y mil veces mi vida.
Esto último me hizo sentir como si hubiese dos versiones de mí, como si me estuviera mirando en un espejo, pero mi reflejo se negara a hacer lo mismo que mi verdadero yo. Mientras seguía precipitándome a decisiones, tratando de convencerme antes de considerar las cosas siquiera, detrás del espejo me digo a mí misma esperá un minuto, pensalo mejor, no te obligues a algo que nunca va a poder ser, hay otras opciones, encontrá el camino de verdad.
Cada vez que me miro en ese espejo me pregunto quién soy y adónde voy y muchas veces no encuentro la respuesta o me contesto incorrectamente. Sigo empeñada en las mismas ideas de cuando tenía diecisiete años y estaba convencida de que iba a superar a cualquiera que se me pusiera en el camino, pero hasta ahora no hice mucho más que caerme y levantarme cada vez con más confusión.
No es que extrañe mi trabajo. Puedo asegurar que NO. Es más bien que extraño lo que era tener una noción general de lo que quería hacer. Ahora las ideas, las auto-propuestas, las fantasías se mezclan, se enredan, hacen un nudo… y por más que tiro de los hilos no puedo ponerlas en orden para decidir. En menos de una semana traté de: entrar a trabajar en el aeropuerto, dedicarme exclusivamente a estudiar (lo que supuso la larga y tediosa cuestión de ¿qué estudio?), poner una librería, poner una cafetería, poner una casa de té, poner una rockería, ponerme a escribir un libro serio y buscar a alguien lo publique (¿?), ir al curso de Corte y Confección con mi mamá, empezar a criar Golden Retrievers, hacer manualidades (que incluye de hecho una caja hecha de cajas de Sugus), dedicarme a la pastelería…
Y hoy es jueves (ni siquiera es viernes, ni siquiera terminó la semana y ya pasé por toda esta tormenta de ideas) y estoy en cero. No sé qué quiero. No sé qué hacer. No sé quién quiero ser.
Tampoco está bueno tratar de pensar en las cosas para las que soy buena y que resulten útiles y no poder encontrar ninguna. Eso tiene que ser un golpe a la autoestima.

Y ojalá fueran sólo temas del trabajo. Pero otra vez me empiezo a sentir incómoda, restringida, a veces incluso cansada y sobre todo imposibilitada en otros aspectos de mi vida. Y eso es todavía más difícil de solucionar.

L.